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El Casino cumple 175 años

   
Antiguo Real Casino de Santa Cruz de Tenerife. | DA

Antiguo Real Casino de Santa Cruz de Tenerife. | DA

Por José Manuel Padilla Barrera

Desde comienzos de año permanecen colgadas en el noble edificio del Real Casino de Tenerife dos banderolas anunciando que en este 2015 la sociedad más antigua de Santa Cruz cumple 175 años. La historia del Casino de Tenerife en mi opinión tiene tres partes bien diferenciadas: la del siglo XIX, cuyo final coincide con la famosa y triste crisis del 98; prácticamente el primer tercio del XX hasta la inauguración del nuevo edificio en 1935, y desde allí hasta nuestros días. En este artículo, por razones de espacio, me ceñiré al siglo XIX, que quizás sea la parte más interesante o, por lo menos, a mí me lo parece.

De hecho, el Casino ya ha cumplido los 175 años, porque fue en enero de 1840 cuando un grupo de 52 vecinos de Santa Cruz, amigos de la tertulia y de la lectura, decidieron crear una sociedad, donde dispusieran de un lugar para celebrar sus reuniones y donde coleccionar las publicaciones tanto locales -pocas- como de la Península y del resto de Europa que llegaban en los barcos que tenían destino en el puerto o hacían escala en él. A la sociedad la llamaron: Gabinete de Lectura y de Recreo. Su primer local fue una sala de la casa número 4 de la plaza de la Constitución, esquina con la calle de Candelaria y las tertulias que allí se celebraron en aquel año de 1840 tuvieron que ser intensas y apasionadas, porque las noticias que llegaban de Madrid no eran nada tranquilizadoras y transmitían al Archipiélago una gran inquietud e inestabilidad, al tiempo que el pleito insular calentaba calderas. En octubre estalla la bomba: la reina gobernadora, María Cristina, abdica de la regencia y abandona España. Este fue el motivo aprovechado para que en Las Palmas se constituyera una Junta de Gobierno, que lo primero que decide fue una absoluta separación de Tenerife. Temas como éste para tertuliar no les faltaron a lo largo del convulso siglo XIX español. Pero, a partir de 1850 en otro lugar, porque un incendio obligó a la sociedad a trasladarse a la casa colindante, la número 2, para finalmente, en 1860, instalarse en la casa Villalba, el 11 de la misma plaza, que ocupaba gran parte del solar que sirvió para construir el magnífico edificio del actual Real Casino de Tenerife. Esta denominación de casino la adoptó el Gabinete de Lectura a partir de 1849, aunque entonces se llamó Casino de Santa Cruz de Tenerife. Se seguía así la tendencia que en España se había iniciado en Madrid, cuyo casino se fundó en 1836. No fue hasta 1935, con la inauguración de la nueva sede, cuando se le dio el nombre de Casino de Tenerife, al haber incorporado socios del interior de la Isla. El título de Real se le concedió recientemente.

Los salones del Casino de Santa Cruz, en la antigua casa Villalba,convenientemente reformada, se convirtieron en un centro de atracción para la sociedad santacrucera, para los que eran socios y para los que no, porque de sus bien informadas tertulias salían las noticias que corrían como la pólvora por toda la ciudad, especialmente desde la llegada del cable telegráfico en 1883, porque el Casino se suscribió a un servicio de noticias, convirtiéndose así en el punto de información más buscado, al que durante un tiempo los periodistas tenían que acudir para tomar nota de ellas.

Por otra parte, los estatutos obligaban a proporcionar a los socios y familias actividades de recreo, tal como figuraba en el nombre de la sociedad original. Por eso, aparte de los juegos legales, el Casino organizaba frecuentes bailes, muchos bailes; cualquier acontecimiento era buen pretexto para ello. A Prim, en su paso por Tenerife camino de su aventura mexicana, se le agasajó con un baile. Él se retiró a las diez y media pero el baile duró hasta las 4. La llegada del cable telegráfico a Santa Cruz se celebró con un baile de etiqueta. La inauguración de la iluminación eléctrica del Casino, que, por cierto, fue el primer cliente de la compañía suministradora, fue un baile de gala. Barco de guerra que tocaba en el puerto, fuera nacional o extranjero, ya se sabía: un baile en su honor. En la última década del siglo XIX en Santa Cruz, los bailes en las distintas sociedades eran tan frecuentes que los directores de los dos periódicos decidieron incluir un epígrafe especial para ellos, y ambos coincidieron en su título: El baile de anoche.

Pero los salones del Casino en aquellos años no solo fueron testigos de actos festivos. También los hubo culturales y otros de un marcado acento patriótico. El que relato a continuación es un ejemplo de estos últimos, con ocasión de la guerra de Cuba que tanto preocupaba a los isleños. El comienzo del año 1896, fue realmente apasionante para las tertulias del Casino. La situación en Cuba se había complicado y el general Martínez Campos no parecía capaz de controlarla. El 18 de enero los tertulianos se llevaron una gran alegría: el muy admirado y querido por los canarios, especialmente por los tinerfeños, el general Valeriano Weyler, había sido nombrado nuevo Capitán General de Cuba. Pronto se supo que embarcaría en Cádiz, el 27 de ese mismo mes de enero, en el vapor Alfonso XII. Ante tan larga travesía hasta La Habana se esperaba con ilusión que hiciera escala en la Isla. Los entusiastas socios ya soñaban con la recepción en el Casino al que había sido un inolvidable Capitán General de Canarias. Pero ese mismo día 27 llegó la decepción: Weyler, contestando a un telegrama que le había enviado el alcalde accidental, le decía que sentía que la premura de tiempo impidiera la visita que deseaba.

Pero unos meses más adelante el Casino, encabezando el sentimiento patriótico que se manifestaba en toda la ciudadanía tinerfeña, tuvo ocasión de resarcirse con una gran recepción, el sábado 29 de agosto, de homenaje y despedida a los oficiales de la compañía expedicionaria del Batallón Regional, que al día siguiente embarcaba para Cuba. A las 8 y media dio comienzo el acto. El salón principal estaba esa noche bellamente decorado por el capitán de Artillería Rosendo Mauriz, que durante 5 años perteneció a la Junta Directiva, 4 de ellos como bibliotecario. Presidía ese año el Casino otro militar, coronel de Ingenieros, Tomás Clavijo y Castillo Olivares, personaje importante para Santa Cruz porque fue él quien proyectó y dirigió la construcción del edificio, entonces y ahora, con mayor empaque y presencia de la ciudad, el palacio de Capitanía General. Pronunciaron vibrantes discursos todas las autoridades presentes, el presidente del Casino y el Capitán General, un canario, Ignacio Pérez Galdós, cerró el turno de palabra el capitán Prada, jefe de la compañía, que agradeció emocionado la despedida que toda la Isla hacía a su unidad. Después de los brindis de rigor, se produjo el momento más emotivo de la noche. Un sexteto de la orquesta de Santa Cecilia atacó los primeros compases de la marcha Cádiz y el entusiasmo que hasta entonces había reinado se convirtió en delirio y sonaron atronadores los vivas a España, que continuaron después con vivas al marqués de Tenerife, el añorado Weyler. Al mismo tiempo, ese fervor patriótico se estaba repitiendo en la plaza de la Constitución, a la puerta del Casino, donde la banda de la Benéfica tocaba también marchas militares. A la terminación de los actos Tomás Clavijo envió un telegrama a su antiguo jefe informándole de la celebración. La contestación fue todo lo más efusiva que de él podía esperarse: “Habana 31. Presidente Casino. Agradezco profundamente manifestaciones esos habitantes, saludándoles afectuosamente. Weyler”. Menos de dos años después, en abril de 1898, el Casino participaba activamente en un acto también patriótico pero lleno de tristeza: el recibimiento que la ciudad hizo al Batallón de Ingenieros, al regreso de la guerra.

Me he pasado de largo de la extensión que debía respetar, por lo que las pequeñas y curiosas historias de Los bailes de anoche, que pretendía contar, las trataré en un próximo artículo que publicaré si Dios quiere y el director lo permite.