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Dibujos bastante animados – Por Fran Domínguez

   

La edad es lo que tiene, y amigos que te la recuerdan constantemente hasta por el ínclito wasap, enviando efemérides de lo más variopintas, como la de los 37 años de la emisión en España -se cumplió el pasado 4 de marzo- del primer capítulo de unos dibujos animados que marcaron a toda una generación: Mazinger Z, lo que me ha dado pábulo a escribir de algo más gratificante que lo que obligan estos tiempos de cansina zozobra preelectoral. Las andanzas de ese robot gigante, producto de la desbordante imaginación del dibujante y guionista japonés Go Nagai, hizo las delicias de miles de niños en las horas televisivas de la meriendas con sabor a café con leche y pan con mantequilla de finales de los 70 y principios de los 80.

Mazinger Z, junto con Heidi y Marco -ahora se llaman mangas o animes-, conforman la tríada fantástica de la memoria más párvula, aunque este autómata que lanzaba sus puños retornables, del que salía fuego de su pecho, láser de sus ojos y viento huracanado de su boca, entre otros poderes inimaginables, siempre fue mi preferido -y el de muchos otros-, tanto que coleccioné camisas alusivas y supongo que alguna aún guarda mi madre en lo más profundo del trastero. Mazinger Z tenía una compañera con nombre de diosa griega y letra inaugural del abecedario, Afrodita A, si bien con armas más limitadas pero más sutiles que su inconfesable partenaire, y un enemigo acérrimo, que con el tiempo me empezó a caer bien: el Doctor Infierno, maligno de pelos blancos y barba larga de igual color, una especie de reverso tenebroso del Moisés charltonhestoniano de Cecil B. De Mille, quien llevaba como compañero de villanías al no menos siniestro Barón Ashler, verticalmente mitad hombre y mitad mujer. De la sonrojante y cándida Heidi y del inquieto pero incisivo Marco, ambos de tendencia lacrimógena, guardo también buenos recuerdos, aunque del segundo me es imposible olvidar la machacona cancioncita (“en un pueblo italiano, al pie de las montañas (…)”, “no te vayas mamá, no te alejes de mí (…)” y al insufrible tití Amedio (y también su correspondiente temita musical), y del confesable anhelo de que el trayecto de los Apeninos a los Andes terminase cuanto antes (era mucha angustia para un inocente infante de la época). Luego vendrían otros dibujos más estrambóticos y surrealistas si me apuran-y no me refiero a los de la Warner-, con ilustres excepciones como las didácticas series Érase una vez el hombre (la mejor forma de contar la historia a los más pequeños) y Don Quijote de La Mancha (con las inolvidables voces de Fernando Fernán Gómez, Antonio Ferrandis y Rafael de Penagos, en los papeles de Alonso Quijano, Sancho Panza y Miguel de Cervantes). No seré yo quien ose decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, cuestión que además resulta una auténtica tontería, y por lo tanto, no aplicaré ese falso axioma y veredicto sobre los dibujos animados, pero una cosa es cierta: como nos divertíamos con esos jodidos machangos.