Cuando se cumplieron 20 años de la caÃda del muro, BerlÃn rebosaba más historia que nunca. La Puerta de Brandenburgo, Checkpoint Charlie y Alexanderplatz recibÃan cada dÃa a centenares de turistas que no querÃan perderse los actos programados para conmemorar la fecha. Pasear por aquellas calles era una aventura perturbadora: en cada esquina se escondÃan hechos que parecÃan muy lejanos, pero que acababan de ocurrir y habÃan sacudido a toda la humanidad. Una de las visitas obligadas era, y es, el Monumento al Holocausto: una explanada con 2.711 bloques de hormigón de diferentes alturas colocados a la misma distancia unos de otros que homenajea a todos los judÃos asesinados. La obra, que se puede recorrer a pie, incluye un centro de visitantes subterráneo donde se repasa la polÃtica nacionalsocialista de exterminio llevada a cabo entre 1933 y 1945.
Visité BerlÃn en diciembre de 2009, apenas un mes después de que se celebraran los actos oficiales del vigésimo aniversario. Recuerdo ver el monumento sobrecogida por el frÃo centroeuropeo, pero especialmente por la desazón de saber que esas atrocidades habÃan sucedido apenas unas décadas antes en un continente que no se habÃa recuperado de la Primera Guerra Mundial cuando llegó la Segunda, que fue todavÃa más devastadora y cruenta. También cómo me llamó la atención la limpieza impoluta de cada uno de los bloques. La sorpresa duró poco. El guÃa, un chico catalán que llevaba años haciendo rutas a pie por el centro histórico, se apresuró a contarnos que las autoridades habÃan tenido que recubrir toda la obra con un producto quÃmico para evitar las pintadas de algunos jóvenes españoles. Aquella explicación tenÃa poco que ver con la realidad: lo cierto es que la decisión se tomó para evitar que los grupos de ideologÃa nazi dejaran su firma allÃ.
Estos dÃas me he acordado de aquella historia falsa que podrÃa haber sido cierta. Varias esculturas del parque GarcÃa Sanabria han amanecido con pintadas y desperfectos, y se ha reabierto el debate sobre la necesidad de instalar cámaras de vigilancia. El debate, sin embargo, va muchÃsimo más allá. ¿Alguna vez han probado a contar las pintadas que se encuentran mientras recorren una calle en Santa Cruz? ¿Y en cualquier otra capital similar del paÃs? Puertas de garajes y comercios, casas abandonadas (que no son pocas) y viviendas habituales son pasto de esos vándalos (también podrÃamos enumerar cuántas veces se repite la misma firma desde Santa Cruz hasta Los Cristianos cuando conducimos por la autopista). Ese gamberrismo consentido, que no hay que confundir con el arte urbano, es obra de unos pocos. No se soluciona con cámaras, pero sà con más medios y sanciones. Y, sobre todo, con ganas.