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Licinio de la Fuente – Por Luis Ortega

   

Hasta sus necrológicas, en las dos últimas décadas sólo conocí tres noticias de alguien que “tuvo el insólito privilegio de ser llamado por su propio nombre por el Caudillo, tan dado a marcar distancias con el uso del apellido”. El primer dato me llegó por la compra en la Cuesta de Moyano de su memorial -Valió la pena, Edaf, 1998- titulado como un tema salsero de Marc Anthony y donde, con pragmatismo, criticado por los nostálgicos, recordó su origen modesto, su adscripción al Movimiento, que le dió una beca para estudiar derecho en la Complutense, su ingreso como abogado del Estado y su veloz carrera con progresivos escalones: gobernador civil, director general, ministro de Trabajo, entre 1969 y 1975, y vicepresidente del Gobierno. La crítica hostil le reprochó que, “con igual fervor, justificó sus cargos y defendió la voladura del Régimen”. El libro fijó también las condiciones en las que se creó Alianza Popular, capitaneada por Fraga y los decepcionantes resultados inaugurales y, también, sus diferencias con Los siete magníficos y su abandono de la política activa; y con alegatos posibilistas, apoyó la figura y el papel de Juan Carlos de Borbón desde su acceso a la Jefatura del Estado; según afirmó, “dijo entonces lo que tenía que decir y juró lo que tenía que jurar. Y sin ese juramento no hubiera sido Rey”. La segunda información llegó con las fallidas demandas de la justicia argentina “para responder -junto a Antonio Carro, el otro superviviente de los gabinetes de la dictadura- por los crímenes del franquismo”. Y ahora, entre recuerdos protocolarios y amistosos y algún que otro pullazo, aparecen señales de la confianza que Franco había depositado en el toledano de Noez que, según un conspicuo cronista, “pudo ser presidente de las Cortes en lugar de Fernández Miranda”, posibilidad abortada por la muerte del general. También la muerte de Licinio de la Fuente y de la Fuente (1923-2015), activo hasta su óbito en consejos de administración de empresas del Ibex, me trae recuerdos de su visita a La Palma, cubierta para este mismo diario por un estudiante y periodista a tiempo parcial; me concedió una larga entrevista en la que habló con calor de Blas Pérez González, el canario más influyente de la posguerra. Dejó la impronta de la cordialidad populista y las promesas cumplidas de la construcción de la Residencia Sanitaria de Nuestra Señora de Las Nieves -que, después de un positivo uso, es hoy un edificio en lamentable abandono- y de la Residencia de Mayores que, con mejoras y ampliaciones, presta notables servicios a la sociedad insular.