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Noble tarea de pensar – Por Juan Pedro Rivero

   

Hay ocasiones que no buscamos y que marcan un antes y un después. El fin de semana pasado tuve la dicha de compartir buenos ratos y sobremesas con un monje cisterciense en el Monasterio de La Palma. No le sobra la salud, al pobre, pero le sobra la ilusión de entregar la vida al servicio de la Iglesia como un soldado de avanzadilla en los espacios donde la reflexión es necesaria. Me llamó muy poderosamente la atención su valoración de la situación actual tan marcada por el fanatismo religioso de tinte internacional y la falta de sensibilidad social entre nosotros: para él la causa está en una cultura que rehuye el pensamiento. No nos gusta pensar. No queremos pensar. Ya no se trata de un pensamiento débil, frente a un pensamiento fuerte; lo que ocurre es que abandonamos la noble tarea del pensamiento. Y es claro. Sin pensamiento, ni siquiera la fe tiene futuro. Si renunciamos a pensar acamparán por sus fueros todo tipo de fanatismos alimentando seguridades que pudieran humanizarse con la lógica y la deliberación. Pero qué difícil es encender el horno del pensamiento para que se haga el pan del diálogo y la participación activa. Y de estas cosas se habla con un monje en un monasterio. Y solo cuando uno descubre en el hondo de su alma reconocer que ahí sólo se ha podido llegar porque ha habido espacios plenos para la oración y la escucha reflexiva de una palabra grande y salvadora como es siempre la de Dios. No quiero un pensamiento fuerte que arramble insensible con las posturas de los demás. No quiero un pensamiento débil que no sea capaz más que de barrer las arenillas que dejan los pensamientos ajenos en el asfalto de una discusión. Pero no puedo renunciar al pensamiento si no quiero renunciar a ser persona. Pensar es la ocasión para descubrir la realidad que nos interroga por el sentido. Y aunque no tenga todas las respuestas, ni ahora ni nunca, no quiero renunciar a tener todas las preguntas. Y así andaba pensando, cuando recordé que en el Prólogo del evangelio de Juan a Cristo se le denomina logos, Verbo de Dios, palabra, o muy bien podría leerse como pensamiento divino. ¿Cómo renunciar a pensar entonces? Pensar es lo más divino que posee el hombre en su condición humana. Pensar y amar son las dos alas que nos elevan a esa altura. Y para volar así, un monje ha sabido ser buen piloto para mí.

@juanpedrorivero