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Activismo divino – Por Ana Martín

La conversación pudo ser más o menos así:
-Hola, buenos días.
-Buena madrugada, que es domingo y son las 8.
-Sí. Somos de la Iglesia Renovadora Pragmática del Quincuagésimo Día.
-Ya vinieron la semana pasada.
-No. Nosotros, no. Serían los de la Iglesia Pragmática Renovadora del Quinto Día. Unos impostores.
-Ah, en ese caso, entren, siéntense, pónganse cómodos y desayunen, que ahora mismo les hago entrega de mi alma y mis bienes. O sea, fuera de aquí.
-¿Sabe que el Señor la ama a pesar de todo?
-Más o menos.
Días después, en una calle de un pueblo chico -infierno grande- de esta isla, en plena Semana Santa y sin temor de dios, me cercan, literalmente, varios jóvenes, folletos en mano, impecablemente vestidos y peinados, como para la boda de Pitingo, al grito de: -¡Señora, señora!
-Señora su madre de ustedes, que yo no tengo edad para eso.
-¿Sabe usted que se acerca el fin del mundo?
-Sí, algo he visto en telecinco.
-Pues si quiere se viene aquí, a la vuelta, a nuestro salón, y se lo explicamos con más detalle.
-No, déjenme un folleto, si eso, y ya me lo miro yo en casa.
-Ahí viene nuestro correo, nuestro teléfono y nuestra cuenta corriente por si…
-Por siaca.

En el díptico, por cierto, estaba todo muy detalladito, especialmente lo del fin del mundo, con variedad de llamas y escenas truculentas y letras que simulaban cera derretida. Dado que aquí no había puerta que cerrar, fue absolutamente necesario hacer unas cuantas filigranas, entrando y saliendo de bares y comercios, hasta lograr perderlos, finalmente, tras dar dos vueltas rápidas a una plaza. Créanme que no fue fácil. No solo estaban perfectamente organizados en grupos de a tres, sino que copaban, prácticamente, el centro completo del pueblo, de modo que, en una esquina u otra, te encontrabas con sus sonrisas renovadoras de los juicios finales, sus chaquetas de satén y su alegría de vivir, dotes fundamentales para anunciar el fin del mundo sin provocar lágrimas por doquier, claro. Al menos los Testigos de Jehová te traen en sus folletitos apologéticos “buenas noticias de Dios” y te enseñan “quién es Jesucristo” y, textualmente, “qué está haciendo él ahora”. Pero estos otros, qué va. Llorar y crujir de dientes por dondequiera que lo miraras, arrepentíos, pecadores, que el milenarismo va a llegar -tal y como dijera un día Arrabal en estado de gracia- y dios levantando la cortina del futuro. Toma metáfora. Reconozco que soy de natural curioso y así me va. Un día, no me pregunten cómo, acabé en una misa de un barrio humilde de Cartagena de Indias, bailando salsa, sí, dentro de la Iglesia, con una banda cuyo estribillo pegadizo era: “Y a Cristo ¡gloria! y a su nombre ¡victoria!” y haciendo que todos creyeran que Jesús, la salsa y la palabra de Dios eran mi vida. Entre el baile y la humedad relativa de esa parte de Colombia en el mes de agosto, calculé que en cada sesión se perdían unos dos kilos. Así que fui a tres servicios y ahí paró mi aventura, porque ya me estaban empezando a llamar “hermana” los de los bancos de al lado y tampoco era cuestión.

Pero al grano, que divago. No es nueva, en absoluto, esta profusión de religiones, sectas y cuchipandas varias amparadas por la libertad de culto que existe en este y otros lugares. Lo que no recuerdo haber visto antes es tanta virulencia captadora. Una manera de conducirse de adeptos y fieles que sobrepasa el conocido -e incómodo- proselitismo para instalarse ya en el terreno del activismo. Esto que les he relatado, y que podría parecer una caricatura, ya que para no llorar hay que echarle algo de risa al asunto, es cierto. En menos de dos semanas fui abordada por integrantes organizados de dos congregaciones distintas, con una persistencia y una fuerza verbal que ríanse ustedes de las Femen, de las Pussy Riot y de Josephine Witt, la freelance que bañó de confeti, el otro día, a Mario Draghi. Lo que solo puede significar dos cosas. Que los que dirigen estos cotarros han detectado que la crisis nos lleva a agarrarnos al clavo ardiendo de la vida eterna y la providencia divina o que, efectivamente, el fin del mundo está cerca. Yo me inclino por lo segundo.

@anamartincoello