después del paréntesis>

Bobas – Por Domingo-Luis Hernández

Una de las cuestiones que hace muchísimos años se arrastra por este globo es la condición de mujer para los hombres comunes: ser bobas. El principio lo recogió, de ahí su éxito, uno de los más grandes sabios de Occidente, el aristócrata y conservador Aristóteles, ese que defendió en su Política el derecho de los civilizados a la “guerra justa” contra los salvajes y los infieles (conforme tradujo la Iglesia) y definió al llamado “género femenino” así: “Las mujeres son animales imperfectos y, por consiguiente, de menor valor que los hombres.” Animal e imperfecta… E incluso se creyó probar, con rudimentos médicos, que el cerebro de las chicas era más pequeño que el de los machos. De manera que cuando la norma impuesta por los cobardes no resulta del todo eminente y sale a la luz una señora tal, el universo asume dos alaridos cada cual más doloroso: el sufrimiento infringido a la mujer decidida, inteligente, culta, aguerrida y responsable de su condición; el sufrimiento asumido por esa mujer al no ceder en su deseo.

La historia cumple con semejante categoría. Paro en tres casos: Teresa de Cepeda y Ahumada (1515), Oliva Sabuco de Nantes (1562) y Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana (1651). Las tres vivieron condicionadas por varios asuntos singulares. Uno, la doblez. La primera asume el Ávila (donde nació) para su nombre y la iglesia católica la define como Santa Teresa de Jesús. Oliva Sabuco no habría de reconocerse por Nantes sino por Cózar, pero eligió, perspicazmente, por razones de nobleza, el Nantes y el Barrera. A la excelsa poetisa mexicana se la reconoce por de la Cruz. Mas en todos los casos el nombre persiste, y podemos interpretarlo como el signo del tapado: la oculta, por razones obvias, Cepeda y Ahumada, Sabuco Cózar o Asbaje y Ramírez. ¿Por qué? Por la disfunción que la época les impone: Teresa no debió mostrar lo que mostró, la creación suprema en el seno de la Iglesia o el insistir ante sus monjas que debían manifestar fuerza, firmeza y mirar siempre de frente a los hombres, obispos, curas…; Sabuco de Nantes no debió imprimir un tratado que se intitula Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, etc., donde se le ocurrió refutar las ideas médicas de Aristóteles, Hipócrates y Galeno, por erráticas y desfasadas. Se discutirá, claro, la autoría, y será el padre, don Miguel Sabuco Álvarez el que asumirá el privilegio. E imposible que de la mano de una triste monja, doña Juana Inés, salgan unos versos tan sublimes, tanto que se iguala a la de los poetas más grandes (Góngora, propongo).

El segundo tema es más complejo, según la condición prevista: mujeres hermosas (muy hermosa la Teresa elevada a la santidad) que, en dos casos (Ávila y México) renuncian al trato con varones. En el segundo, matrimonio de poco durar (bien es verdad que por muerte), pero estaca de la razón: la independencia. Cosa rara, ya digo, igual que lo que las confirma: la cultura, el conocimiento vedado para ellas, pero sobre lo que insisten desde sus posiciones autodidactas, supremas.

Lo que reafirma a estas mujeres en este pavoroso mundo es la contundencia, la valentía, el arrojo y la invulnerabilidad. Angustia, cierto, pero resistir en el ser, porque tenían todo el derecho a resistir (pese a los pacatos, desconfiados y recelosos hombres de poder). Y ese es el ejemplo que el feminismo ha mirado. Por eso las repite.