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El bolero de García Márquez – Por Carmelo Rivero

Hablar de la música sin hablar de los boleros “es como hablar de nada”, decía García Márquez, colombiano y cubano de adopción. El panameño Carlos Eleta Almarán compuso Historia de un amor. Pero el bolero nace en Cuba, y el yanqui lo canta también. La Habana y Estados Unidos entonaron el sábado un bolero a dúo en Panamá. El viernes, subido en la nube de una canción de Machín, al comienzo del tributo al bolero en un nuevo concierto diálogo en el Guimerá, me acordé de García Márquez y de mi madre. El escritor amaba tanto los boleros (él mismo los cantaba en un bar de París cuando el diario El Espectador retrasaba los pagos y El coronel no tiene quien le escriba estaba a punto de cambiarle la vida), que se dejó el bigote en homenaje a Bienvenido Granda, el vocalista de la Sonora Matancera, apodado El Bigote que Canta. En México los periodistas comenzaron por eso a llamar a Gabo El Bigote que Escribe. Y, en efecto, guardan cierto parecido físico, aún mayor cuando el Nobel se dejó crecer el mostacho. Antonio Machín venía a Santa Cruz y traía Cuba bajo el brazo y una bonhomía isleña que lo hacía familiar. En el teatro, el viernes, José Luis León -siete años de proselitismo en Onda CIT con sus Tríos del Mundo- contó la anécdota del taxi de Machín. El cantante esperaba siempre un coche en el mismo sitio, y el locutor tinerfeño lo reconoció en Madrid: “¡Don Antonio, coja mi taxi, y mañana a la misma hora lo invito a un café!” Cuando el intérprete de Angelitos negros, que ayudaba a los españoles a enamorarse melosamente -era “el más cubano de los españoles y el más español de los cubanos”-, supo que León era canario, miró al cielo y exclamó: “¡Ah, mi Canarias!” Mi madre tenía un recuerdo imborrable del maraquero mítico, de cuando lo vio por la calle en Santa Cruz y él le dirigió un piropo amable, “mira que eres linda”, quizá, y le regaló entradas para su actuación en el mismo teatro donde el viernes celebrábamos un aquelarre de boleros bajo el embrujo de la voz de Tina Riobo, acompañada por Miguel Hernández (piano) y José García (percusión). García Márquez intentó toda la vida en vano escribir un bolero y solía decir que El amor en los tiempos del cólera era un bolero de 380 páginas. Su amigo Armando Manzanero trató de ayudarle sin éxito durante un año a hacer el bolero que le hiciera feliz, y hasta él dijo, enfadando a algunos amigos, que Manzanero era “uno de los más grandes poetas de la lengua castellana actual”. Una vez tuve cerca al autor de Esta tarde vi llover (…y no estabas tú). Los dos hacíamos lo mismo ante la cinta mecánica: recoger las maletas. También en un aeropuerto, en Tenerife, contó en la misma velada el productor Cándido López, que dirige el Festival Santa Cruz. Corazón Mundial del Bolero, cómo, al sorprender sola y desamparada a Chavela Vargas, se olvidó de los cantantes que había ido a buscar ese día y se la llevó en su coche a donde quiera que fuera sin lograr entender que hubieran dejado a su cantante favorita tirada. De amores y desamores hablan los boleros. Raúl Castro y Obama han hecho las paces en la Cumbre de las Américas, en Panamá, la patria de historia de un amor. Frank Sinatra cantaba Somos novios, de Manzanero, “y con eso ya ganamos/lo más grande de este mundo”. Los dos vecinos tardaron medio siglo en dar el paso, sin darle tiempo a García Márquez a verlo con sus ojos y quizá escribir ese bolero que nunca le salió.