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Con Cervantes y ‘La Página’ – Por Carmelo Rivero

Cuando entras en la casa de Cervantes en la calle del Rastro de Valladolid se te pone la piel de gallina. Allí escribió, sobre aquel bufete de ébano, rodeado de sus libros encuadernados que guardaba como oro en paño, y en esa cama dormía. No era un donnadie, pero vivió de mala manera. Y la gloria le esperaba allí, entre esas cuatro paredes, donde acabó la primera edición del Quijote, que vio la luz en 1605. Los libros ajenos leídos procuraban mayor placer y orgullo al Borges escritor que los propios, y cuando se quedó ciego siguió leyendo por boca del joven Alberto Manguel. El Quijote era uno de esos libros feraces, de otros, la única novela que le interesaba al amante bonaerense del cuento, que creyó conocer al ingenioso hidalgo en persona tras leerlo y “sentirlo” a la hora de morir. Es cierto que Cervantes es el gran coach del castellano en un mundo de lectores deslumbrados con su empleo de la lengua a través de los últimos cuatro siglos (se cumplen de su muerte en 2016), capaz de hacernos tan felices, pese a llevar una vida de fatalidades, leyendo a su Quijote inmortal.

Carlos Fuentes, una vez en el sur de Tenerife, sentenció resignado: “No se hable más, el Quijote es la novela”, y supe entonces por él que todos los veranos releía estoicamente la obra hímnica del español como un escolar que aprende a leer y a escribir. Más tarde, Fuentes se declaró súbdito de la “nacionalidad cervantina”, como ahora ha recordado Juan Goytisolo. A Domingo-Luis Hernández, profesor de Literatura Española de la Universidad de La Laguna, le debemos, por su revista La Página (y todos los títulos prohijados por La Página Ediciones), 25 años de una extraña gesta personal. La Página, en efecto, nos recuerda la soledad de los editores y escritores a bordo de estas islas que no perdonan. Cuando nació, en el 89, buscaban al padre ausente (Gaceta de Arte, 38 números entre 1932 y 1936, el año de la guerra) Manuel V. Perera, Cándido, Domingo-Luis…, y en los inicios les ayudaban (Juan Manuel García Ramos en el Gobierno, Miguel Zerolo en el Cabildo), hasta que la revista se las vio y se las deseó en su etapa más reciente. Hoy, el páramo cultural no digiere estas edades literarias prohibitivas. Se desconocen los con-cervantes. Cuando celebró los primeros cien números en el TEA salió a relucir el fenotipo del “político ignorante”. La Administración se reconcilia con la Literatura una vez al año, cuando entrega el Cervantes. Pero ni Cervantes ni la Literatura le importan un pimiento a la política, sino sus huesos. Uno le agradece a La Página los años de barra libre en que nos ha ido alimentando el borges que nos devora, queriendo leerlo todo para domar los miedos de escribir, con sus autores favoritos: Luis Mateo Díez, Chatwin, Tabucchi, Coetzee, Gelman… Hay mucho de terapia cognitiva y aristotélica (ser felices con el estómago lleno del alma intelectual y racional) en el hedonismo del elixir de leer a esos autores. Gracias.

No siempre se elogia a la logia del libro; mucha gente prefiere que le lean la mano. El jueves, en CajaCanarias (foro Enciende la Tierra), dos filósofos hacían una relectura descorazonada de este tiempo de hegemonía (y heteronomía) de los mercados. Tanto Manuel Cruz como Fernando Castro Flórez no renegaban con envidia de los best sellers económicos de la crisis, sino de vivir una época en que “la ignorancia saca pecho”. Leemos para sacudirnos la ignorancia y el malestar bajo la idiocia de la caja tonta y el reality show de la política. No sólo para ser cultos, sino para ser felices. Leer con la locura irresistible de Alonso Quijano contra el mundo sigue estando de actualidad. Goytisolo, a disgusto de una España que mal huele en sus cloacas, hizo un discurso de sierra delante del Rey sobre los percances morales que envilecen al hombre en un país corrompido en el seno de Europa, y le salió un triscado próximo a Podemos. Pero su mirada africana al útero en descomposición, sobrecoge.