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Despedidas – Por Félix Díaz Hernández

Existe dentro de la amplia tipología de los comportamientos humanos una cuestión que siempre ha llamado mi atención. Desmarcándome de mis propias experiencias personales, y como mero observador, confieso que me despierta un enorme interés examinar cómo nos despedimos de las personas a las que, al menos, apreciamos. Una despedida puede ser una coma, un punto y seguido o un punto y final. Y aunque todos esos epílogos me atraen, me detendré en la última variedad. Sin razón aparente, como aficionado a las letras, se podría inferir que me hechizan las despedidas sustentadas en el papel, en las vocales y consonantes ordenadas que buscan arroparse en un trascendental significado. Pues no. Me decanto por la observación, estudio y análisis, en grado de aficionado, de las miradas que se comparten en las despedidas y de ese lenguaje gestual paralelo que dibujamos en el aire sin saber el motivo. Miradas a las que muchas veces se alongan pequeños lagos de dolor; torrentes de lágrimas retenidas en el minúsculo dique de los párpados inferiores. Atisbo una evolución en los cruces de miradas que intercambian aquellos que se despiden por mucho tiempo.

Antes se sostenía la contemplación, se afianzaba la intensidad del momento en esos espejos que vienen a ser los ojos del otro. Ahora percibo como parece estar de moda desmarcarse, huir, enfocar hacia los laterales del rostro, evitar el contacto visual pleno; supongo que tendrá que ver con la deshumanización hacia la que parece que avanzamos en esta sociedad de cartón construida sólo para la búsqueda del placer. Del mismo modo, y por aportar algo de optimismo hacia el ser humano como especie, me parece que en estos momentos avanzamos con determinación hacia un creciente toqueteo. Los abrazos largos, aderezados de palmaditas o leves frotamientos en la espalda ganan protagonismo. Asir al otro por los hombros, a dos manos, para fijar nuestro mensaje final, el epitafio de ese momento, también se ha popularizado. Otra versión es el acompañamiento contiguo de dos cuerpos, cogidos por la cadera o de manera más paternalista por los hombros. Les invito a que miren a su alrededor y comprueben o desmientan mi hipótesis centrada en que enmascaramos nuestros verdaderos sentimientos, los ojos no mienten, y que como maniobra de distracción lo adornamos con más afectividad física y tangible.

@felixdiazhdez