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Hay que tener jeta – Por Ramiro Cuende Tascón

El pasado sábado, al poner el café al fuego para saborear una buena taza antes de sentarme a escribir, cogí un libro Cuando los políticos mecen la cuna, de un señor de la vida llamado Enrique Martínez Reguera, me gusta su visión de la vida. Quizá mi educación lasaliana me llevó a creer en la infancia, a admirarla, también a los marginada, son lo más grande que tiene la humanidad, los custodios del, y el futuro. No sé si con prisa, pero tengo que cambiar de tercio, aunque mi amigo Domingo me llame a consultas para decirme que escriba más tranquilo de forma que se me lea con más facilidad, un sabio consejo que agradezco. Algún día les hablaré de este señor y de otro llamado Andrés, su coetáneo.

El pasado sábado, al poner el café al fuego para saborear una buena taza antes de sentarme a escribir, cogí un libro Cuando los políticos mecen la cuna, de un señor de la vida llamado Enrique Martínez Reguera, me gusta su visión de la vida. Quizá mi educación lasaliana me llevó a creer en la infancia, a admirarla, también a los marginada, son lo más grande que tiene la humanidad, los custodios del, y el futuro. No sé si con prisa, pero tengo que cambiar de tercio, aunque mi amigo Domingo me llame a consultas para decirme que escriba más tranquilo de forma que se me lea con más facilidad, un sabio consejo que agradezco. Algún día les hablaré de este señor y de otro llamado Andrés, su coetáneo. ¿No sé cómo pueden? Lo de este gobierno que solo nos habla del anterior del pesoe, de la herencia, de que ninguno sabía nada de lo que pasaba en el mundo, en el FMI, en la burbuja también del pesoe, yo creo que de Anzar y sus amigos de tierra a dentro -los poceros- y de tierra al borde, los de la costa mediterránea -los regatistas-, y de la banca, y de que ninguno estaba cuando se posaba la sobre soldada en la mano tendida sobre la palma inmaculada y bendecida por Rouco el humilde. A Soraya, la alegre vocera tan solo le faltó decir que Rato no existió. Tampoco sabían nada de lo que pasaba en sus abecedarias cajas, repletas de limosnas y lisonjas. Solo se enteraron del momento en el que tenían que destrozar los discos duros que guardaban sus intimidades, las libretas con el haber y el deber, cuentas que todos desconocían. El jefe daba ordenes a sus “ali babas” para que partieran raudos hacia Mamancia, el país de las arcas negras. Otro a su finca de Caravaña. Todos cargando sacos con los donativos del cepillo pepero, que tan solo eran aceptados para hacer obras de caridad en sus sedes y en sus, cacerías, fiestas con todo lujo de detalles -para ellas y para ellos-, actos de alto copete con papas, fórmulas uno, regatas, copas de américa y vaya usted a saber que otras juergas para gozar del pepé y de sus negras prebendas.

Lo cierto es que el espectáculo es para salir corriendo, da asco ver lo que estamos viendo. Se que la avaricia rompe el saco, pero quise creer que los de misa dominical, los immaculatus de doce estaban libres de cometer este pecado mortal del que surgen cinco más; la traición, el fraude, el engaño, el perjurio y la tomadura de pelo al prójimo.

Mientras escribo pienso en un país sin tanto mangante dentro y alrededor de la política. Y, ¿Si leyéramos más? Seríamos distintos.