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Inauguraciones – Por Saray Encinoso

Un aparcamiento para bicicletas, una rotonda, una calle con el nombre de Adán Martín, un tramo del anillo insular o una ínfima parte de lo que, dicen, será, algún día, ese hospital del Sur que acabará con el subdesarrollo sanitario de la zona turística más importante de Tenerife y de Canarias. No hay estudios que determinen cuántos políticos caben por metro cuadrado cuando hay que cortar una cinta roja o destapar una placa que renombra una calle sin necesidad de darse empujones. Tampoco, parece, protocolos que indiquen cómo tiene que comportarse el político para que su presencia no sea mucho más contraproducente que su ausencia. Todos quieren aparecer; no importa a qué administración competa, si el verbo inaugurar no admite tantos excesos o si esas fotografías plagadas de cargos rozan el ridículo. Las inauguraciones se parecen a muchas páginas de periódicos: lo aguantan todo. Más aún en tiempos preelectorales. Pero ¿de verdad sirven para algo?

Dicen los gurús de estos tiempos que podemos hacer cualquier cosa, pero que si no se vende es como si no hubiera ocurrido. Es la versión moderna de la paradoja del árbol que cae en medio de un bosque: ¿ha hecho ruido si no hay testigos? Certificar los hechos, los logros, no es pecado. Es más, se supone que es una obligación democrática especificar a qué se destina cada euro público. Lo que está ocurriendo no es el culmen de la transparencia; es la perversión de la rendición de cuentas. Presidentes y consejeros que inauguran una y otra vez infraestructuras que aún no están al servicio de la gente; políticos que hasta el lunes -el martes se convocaron las elecciones y quedaron prohibidas las puestas de largo de más centros de salud y carreteras- han recorrido cientos de kilómetros en busca de algún éxito del que presumir. Es una forma de pedir el voto, igual que lo son todas las vallas publicitarias que han copado la autopista, pero la legislación no es tan estricta como para censurar ese superávit propagandístico. Los políticos, no obstante, deberían analizar si esta estrategia de comunicación sigue siendo la más oportuna en estos tiempos y hasta qué punto el rédito electoral compensa: los ciudadanos cada vez estamos más cansados de que nos vendan siempre la moto, que además suele ser la misma. Hemos dado alguna pista de este hartazgo generalizado, de que necesitamos otra política, en la forma y en el fondo, pero el vaso no ha dejado de llenarse. Pueden seguir, pero nadie debería olvidarse de que todos los vasos acaban, tarde o temprano, rebosando.

@sarayencinoso