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¿La crisis de UPyD, preludio de la del PP? – Por Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca

Primero fue el aviso en las elecciones al Parlamento Europeo, donde logró 16 eurodiputados frente a los 24 que tenía y perdió 2,6 millones de votos. Luego vino la debacle en las elecciones autonómicas de Andalucía, al pasar de 50 a 33 diputados regionales y dejarse por el camino más de medio millón de votos. Ahora, las encuestas auguran un nuevo desastre en los comicios locales y autonómicos del 24 de mayo y algo similar en las elecciones catalanas anticipadas al 27 de septiembre. Por añadidura, todos los sondeos de opinión vienen recogiendo sistemáticamente el escaso respaldo popular que suscitan las políticas del PP y su propio líder, Mariano Rajoy, situado a la cola entre los dirigentes de los partidos por el grado de valoración, confianza y credibilidad que inspira.

Con estos antecedentes, el presidente del PP y del Gobierno reunió por primera vez en dos años a la junta directiva nacional popular para tratar de analizar la coyuntura política y la estrategia de esta formación ante las próximas elecciones locales y autonómicas. Su resumen final es bien conocido y puede recogerse en un par de frases del discurso presidencial: “Conviene no distraerse con lo que no es importante, y lo que es; distinguir lo importante de lo que no es. Conviene tener en mente los objetivos y no distraerse con cuestiones intrascendentes e irrelevantes… No debemos enredarnos en cosas que importan a veinticinco”. Lo importante es la economía, claro; lo demás, no cuenta.

La respuesta, el silencio

Nadie intervino para puntualizar o llevar la contraria al presidente. Nadie alzó su voz para exigir responsabilidades o efectuar una crítica. Nadie hizo la menor valoración sobre las evidentes divisiones internas, la sensación de vacío de poder en el seno del partido, las intrigas que se trasladan a la opinión pública, la permanencia de los efectos de la corrupción, la decepción de las últimas citas electorales, la necesidad de un cambio de rumbo… Nada. Ni una palabra. Tras la introducción de Floriano y Cospedal, habló el líder, el autócrata, y punto. Y luego, acabó la reunión.

¿Cómo es posible que en el primer partido de España, con más de 800.000 militantes, ninguno de los 600 integrantes de su junta directiva, máximo órgano entre congresos y que en teoría debería reunirse una vez al trimestre -lo que nunca se ha cumplido, ya que Rajoy prefiere contar con el comité ejecutivo nacional, más manejable y formado tan sólo por 70 miembros-, tenga nada que decir sobre la situación del PP y su marcha imparable hacia el desplome electoral, de no ocurrir un milagro, a finales de mayo? ¿Es que nadie tiene nada que apuntar, opinar, sugerir, aconsejar, etc., sobre lo que está pasando en ese partido?

No sé si el problema de Rajoy es su incapacidad genética para enfrentarse a la realidad, por desagradable que sea, su deseo de que las cosas sigan su curso sin mover ficha, pase lo que pase, o su obsesión manifiesta por vender a la ciudadanía los datos -ciertos, claros, reales, terminantes- sobre la recuperación económica y del empleo en sus grandes magnitudes como si su sola mención pudiera generar multitud de adhesiones y conformidades. ¿No es consciente el presidente del Gobierno de que siguen en paro millones de ciudadanos y de que miles y miles de familias sufren aún los efectos de la crisis y atraviesan por graves dificultades que difícilmente podrán quitarse de encima si no es a lo largo de años de esfuerzo y favorable coyuntura económica? ¿A qué atribuye Rajoy el que sólo un 4,3 % de los jóvenes entre 18 a 24 años apoye en estos momentos al PP frente al 30,2% que lo hizo en 2011?

Los problemas de Rajoy

La economía no da votos hasta que la mejoría no aporte efectos prácticos en el bolsillo del ciudadano, su poder adquisitivo o su capacidad de compra, así como en el ánimo colectivo y en la confianza general, lo que está por llegar mientras el empleo no se recupere con la intensidad deseable y los políticos no aporten mayores dosis de certidumbre y credibilidad. Si hoy se celebraran las elecciones, el PP apenas lograría el 20% de los votos, frente al 44% que alcanzó en las generales de 2011. Por algo será, aunque ese algo no parece importarle al presidente del Gobierno.

Junto a este error de apreciación de Rajoy está su falta de empatía y carisma, su discurso brillante pero monocorde, la ausencia de un lenguaje fresco, espontáneo, coherente, acorde con la era de la imagen en la que vivimos. El presidente no transmite sinceridad ni credibilidad; ni siquiera trata de cambiar su estilo, anticuado, trasnochado, falto de atractivo. Por no dar, ni siquiera da la cara cuando asuntos capitales o de máximo interés informativo lo demandan. Sigue siendo reacio a las comparecencias periodísticas y su política de comunicación es sencillamente penosa, triste, deplorable: para echarse a llorar.

Con estas palancas, los puntos de apoyo del presidente Rajoy para mejorar su imagen y la de su partido se hallan más que debilitados. Esa especie de dejar hacer sin intervenir en el propio PP, donde están a la orden del día los navajazos entre los grupos de Arenas y Sáenz de Santamaría contra Cospedal y de estas dos últimas entre sí; esa clamorosa ausencia de política con su huida de los debates de altura (el soberanismo, la reforma constitucional, el modelo territorial, las políticas de empleo, las reformas estructurales empezando por la de la Administración, etc.); ese fiarlo todo a una lenta recuperación económica; ese ir venir rectificador sobre las tasas judiciales, el aborto, la sanidad para los inmigrantes, la hepatitis C, la reforma de la Justicia, la supresión y/o fusión de municipios, etc.-; ese pasar por alto 18 años de aparente financiación irregular sin que nadie, ningún directivo, pague políticamente por ello; esa incompetencia e incapacidad para vender los propios logros cosechados en la política nacional e internacional, más otros muchos fallos de todos conocidos, hacen del PP un partido frágil y con pocas posibilidades , vista su pésima política informativa, de poder recuperar los votos del centro derecha perdidos en tres años largos de Gobierno.

El desastre por venir

No digo yo que el PP deba prepararse necesariamente para un desastre electoral. Pero tal y como están las cosas, sin el menor ánimo rectificador y reincidiendo en los viejos errores y personalismos heredados de Aznar, todo apunta a una grave pérdida de poder en las diez comunidades, cuarenta capitales de provincia y más de cuatro mil ayuntamientos que hoy controla. Así que deberá acostumbrarse a gobernar sin mayorías absolutas?, cuando se lo permitan. Si la derrota electoral fuera estrepitosa, seguramente habría de producirse una renovación inmediata de la cúpula dirigente y la no descartable celebración de un congreso extraordinario en junio o julio próximos. Lo que no ha que querido hacer Rajoy, que prefiere continuar como si no pasara nada. Salvando distancias y situaciones, el mismo error en que incurrió Rosa Díez en UPyD, al rechazar una renovación que pasaba por la alianza con Ciudadanos.

A día de hoy, según las últimas encuestas, peligran comunidades tradicionalmente ligadas al PP, como Madrid y Valencia, Murcia, Baleares o Aragón, más un buen número de destacadas capitales gobernadas por los populares, que sufrirán severos descalabros en Cataluña, País Vasco y Navarra, donde van a quedar como un partido testimonial. Sin embargo, nunca, ningún partido político logró en España tanto poder municipal, autonómico y nacional como el que, a partir de 2011, cosechó el Partido Popular. Pero buena parte de las reformas prometidas, sobre todo las de carácter estructural, siguen en el congelador. Las mayorías absolutas en Congreso y Senado han servido para pasar por encima de los adversarios políticos, pero apenas, salvo en cuestiones de escasa relevancia, han logrado los consensos y unanimidades que el país necesita.

Como respuesta al desencanto y la decepción, han surgido Podemos por la izquierda y Ciudadanos por la derecha y ambos partidos -lo dicen los estudios demoscópicos y las elecciones andaluzas- han venido para quedarse. Aunque PP y POE van a seguir copando parcelas de poder municipal y autonómico, el panorama político general va a variar sustancialmente y obligará a modificar prioridades y actuaciones de tipo general. Con su quietismo y su inacción, su modo de entender y hacer la política, Rajoy es, en gran medida, responsable de la coyuntura actual y de la que se avecina. Y ello, a pesar del buen programa electoral que presenta su partido, que esa es otra cuestión.