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Marea negra y surrealismo puro – Por Teresa Cárdenes

No es ninguna novedad que Canarias puede llegar a ser un territorio extremadamente surrealista. Como acaba de poner de manifiesto el peligrosísimo episodio del barco ruso hundido al Sur de Maspalomas, que deja como herencia toneladas de combustible de alta densidad vagando por el Atlántico. Antes de que ninguno de nosotros tuviera ni la menor idea de qué era el Oleg Naydenov, Canarias ha pasado cuatro años entretenida en una inacabable y en muchos momentos infumable polémica alrededor de los sondeos interruptus de Repsol frente a Fuerteventura. Una de esas encantadoras batallas que no conducen absolutamente a ninguna parte, excepto al descreimiento colectivo en una clase política cuya tendencia a la interpretación del mundo a través de su ombligo puede llegar a matarte de exasperación. Un debate maniqueo construido con los mimbres del populismo,a sabiendas de la sensibilidad de los canarios con su mar, y trufado de medias verdades, manipulaciones y navajazos políticos en las antípodas de los intereses naturales de Canarias, aunque se disfrazara de medioambientalismo. Una discusión histriónica durante la cual es muy posible que algunos de nuestros más significados padres de la patria bramara contra las prospecciones sin haberse leído ni uno solo de los miles de folios que contenía el llamado expediente Repsol, incluidos los que
describían los riesgos remotos pero catastróficos de vertidos incontrolados sobre Fuerteventura y Gran Canaria. Porque resulta que, pese al reparto de papeles territoriales en el show de la política, era todo el litoral sureste y sur de Gran Canaria, más su potabilizadora principal, los principales escenarios de riesgo en caso de vertido, después naturalmente de todo el litoral sureste y sur de Fuerteventura.

Pero Repsol se fue, pasó el tiempo de las candidaturas y el debate sobre los riesgos de vertidos se desintegró. Como si no existieran Marruecos, ni sus cuadrículas de prospecciones a tiro de piedra. Hace solo diez días, la oficina nacional de hidrocarburos de Marruecos ha hecho su balance de 2014 para indicar entre otras cosas que su campo de exploración en busca de gas y petróleo alcanzó 353.467 kilómetros cuadrados a través de 130 permisos, 90 de ellos en el mar. Pero, bah, Marruecos no vota ni computa en la selección sanguinaria de las especies candidatables para las autonómicas. Así que a Marruecos, ni caso.

Bien mirado, no había que irse tan lejos. Lo sabe muy bien el alcalde de Agüimes, Antonio Morales, cuyo municipio sufrió hace nueve meses un golpe de piche que sepultó literalmente la playa de El Cabrón, un nombre muy apropiado para el causante de semejante tropelía. El episodio de El Cabrón era también muy de Berlanga: por allí desfilaron Paulino Rivero y la señora viceconsejera de Medio Ambiente, cuyos álbumes de fotos guardarán para la posteridad su gesto ceñudo, amén de sus verbos incendiados, posando allí junto a los pobres ciudadanos de Agüimes que se deslomaban en el intento de arrancar el alquitrán de las rocas. Pero nueve meses después, nadie tiene ni la menor idea de dónde comenzó el desastre, si fue un vertido desde tierra, una operación ilegal de venta de combustible en el mar o, vaya usted a saber, el producto de algún extraño complot. Lo que sí se sabe es que el alcalde Morales tuvo que vaciar literalmente las ferreterías de Agüimes para poder encontrar los célebres monos blancos con que su gente limpió El Cabrón y que las facturas de decenas de miles de euros que se tuvo que gastar su municipio para arreglar el estropicio se amontonan sobre su mesa, sin que ni el Gobierno de España ni la Comunidad Autónoma hagan otra cosa que pelotear para quitarse de encima este misterioso caso.

En esas estábamos cuando el nombre de un barco ruso viene a recordarnos una colección de elementos deliberadamente ignorados durante el largo pleito del petróleo: que los puertos tienen enormes depósitos de combustible, que por Canarias pasan muchos barcos con barrigas llenas de fuel, que en el mundo del mar no está limpio todo lo que reluce y que nada de eso nos importa lo más mínimo… Hasta que un día descubrimos que hay chatarra capaz de destrozarnos las joyas de la corona a golpe de vertido incontrolado sin que eso a sus señorías les altere el rictus electoral. O peor aún, sin que sepan hacer otra cosa que aturdirnos con otro deplorable vodevil de cruce de culpas.

Porque la verdadera marea negra tal vez la sufrimos hace tiempo en casa, el piche nos embota la cabeza y en lo tocante a surrealismo, el Oleg Naydenov nos recuerda que podemos llegar hasta el infinito y más allá.