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Mariano José de Larra – Por Luis Ortega

En este abril literario y cervantino, el Museo Romántico -ahora del Romanticismo- miró hacia dentro y rindió un curioso homenaje a Mariano José de Larra (1809-1837), el mejor y más crítico escritor de la primera mitad del siglo XIX. Durante todo el mes, su levita -precisamente con la que le retrató el pintor sevillano José Gutiérrez de la Vega (1781-1865)- estará expuesta con honores en un espacio destacado de la institución en la madrileña calle de San Mateo. La elegante prenda fue donada en 2010, con otras en excelente estado de conservación, por su descendiente Jesús Miranda de Larra, junto a los manuscritos de sus artículos y críticas teatrales más conocidos, notas y apuntes, documentos de familia, objetos personales y curiosidades como un juego de naipes y un guardapelo. Hijo de un cirujano militar al servicio de José Bonaparte, tras la derrota francesa y, con solo cuatro años, emigró con su familia para evitar las represalias de Fernando VII; regresaron cinco años después gracias a una amnistía del Deseado -el pueblo también se equivoca en los bautizos- y concluidos los estudios primarios se matriculó en Medicina, saltó a Derecho, esta vez en Valladolid. Colaboró en El Duende Satírico, donde alcanzó notable popularidad por sus aceradas críticas de los usos atávicos y las costumbres viciadas y, más tarde, editó su propia revista, El Pobrecito Hablador -las dos fueron cerradas por la censura-, en la que empleó el alias de Juan Pérez de Munguía. Con un nuevo seudónimo, Fígaro, colaboró en la Revista Española y El Observador donde, por la muerte del Rey Felón, gozó de cuatro años de libertad de expresión y publicó sin cortapisas sus textos más importantes: En este país, El castellano viejo, ¿Entre que gentes estamos?, El casarse pronto y mal -una ironía sobre su breve y frustrado matrimonio con Josefa Wetoret- y Vuelva usted mañana, cuya vigencia sobre la función pública es indiscutible. En 1834 publicó la novela histórica Don Enrique el doliente y estrenó el drama Macías, una metáfora de sus amores adúlteros con Dolores Armijo; en 1835 viajó por Europa y, a su regresó, trabajó en El Redactor general y El Mundo; en 1836 fue elegido diputado por Ávila, pero el Motín de La Granja impidió su toma de posesión; el 13 de febrero de 1837, tras un intento fallido de reconciliación con su amante, se disparó un tiro en la cabeza. La iglesia y el gobierno discutieron, pero el cuerpo de Larra, acaso como última victoria, se enterró en sagrado, en el Cementerio de Fuencarral.