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Martín Chirino – Por Luis Ortega

La respuesta del público es el mejor refrendo de la iniciativa de las corporaciones y el artista grancanarios que convirtió el Castillo de la Luz en la idónea sede de la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino. Inaugurada a finales del pasado marzo, su primera y mayor virtud es conjugar la nobleza del edificio con su espléndido contenido, una selección de veinticinco obras que resumen la carrera de un escultor de reputación universal. Realizado por el estudio Nieto y Sobejano y concluido en enero de 2014, el proyecto de restauración sirvió para recuperar la imagen primitiva del edificio y liberarlo para siempre de añadidos y desafortunadas intervenciones; además descubrió el torreón de Alonso Fajardo, en el centro del inmueble, la barrera de artillería, una muralla de media altura con almenas, y un paseo de ronda. Ahora y, con todos sus elementos puestos en valor, la fortaleza se adscribe al mejor catálogo de arquitectura militar de Gran Canaria y del Archipiélago y acoge los hierros de Martín Chirino (1925), miembro fundador de El Paso, el grupo plástico que abrió el sombrío panorama plástico de la posguerra a la modernidad, representado en instituciones de tanto prestigio como el Metropolitan Museum of Arte y el Guggenheim de Nueva York, el Centro Pompidou de París, y comenzando por el Reina Sofía, en los principales museos de España. Estamos ante el acontecimiento cultural del año y ante la oportunidad de seguir el recorrido ideológico y plástico de un creador que, tras militar en una abstracción liberada de elementos narrativos, hace más de medio siglo asumió el débito al universo espiritual y formal del pueblo aborigen y a su indudable filiación africana. Estamos ante un intelectual que, al igual que sintetizó el canon clásico en una melodiosa geometría, presentó las raíces prehispánicas, a partir de una inteligente depuración, en clave, lenguaje y aspiración cosmopolita. Estamos ante la apertura de un espacio cultural que fue concebido y nació con vocación universal, un aliento histórico secular que alentó en nuestra comunidad insular situada entre tres continentes y que, contra cualquier reduccionismo aldeano, expresa con certeza nuestra identidad. Estamos ante el justo reconocimiento a una experiencia vital y artística de largo y ancho reconocimiento, que se revalida ahora en la tierra propia y cuando Martín Chirino cumple, con proyectos en el estudio y el taller e ilusiones en la mochila, noventa años.