Micción imposible

female-44079_640

POR CONRADO FLORES

Creo haberlo dejado claro: las mujeres son un enigma indescifrable. No obstante, desde mi base secreta situada en una oculta cueva del Macizo de Anaga, entre tubos de ensayo, aparatos electrónicos y peligrosas sustancias químicas, transcribo a mi cuaderno de laboratorio las diferentes observaciones que realizo sobre ellas. ¿Los resultados? Pobres, lo confieso. Quizás inhalar esmalte de uñas durante mis prácticas alquímicas me ha hecho perder la cabeza.

No obstante, leo en mi portátil el apasionado mensaje de un tal Héctor, de la villa de La Orotava, que me pregunta por ese viejo tópico que hermana a las mujeres a la hora de ir al servicio cuando salen por ahí. Querido amigo, antes de resolver esa cuestión le estamos echando camarones al monstruo del lago Ness.

¿Por qué lo hacen? Pocos hombres han llegado a saberlo sin perder su vida poco después bajo extrañas circunstancias. Hay autores que dicen que por cuestiones de seguridad personal: ir con una amiga es un ahuyenta-pirados de primer orden. Otros argumentan que por cuestiones estéticas. Ha pasado ya mucho tiempo desde que las mujeres se levantaban en algún momento de la mesa de un restaurante para “empolvarse la nariz” pero han quedado vestigios de aquella práctica tan cinematográfica. Entre otras hipótesis está la de comentar algún asunto de la velada o urdir un complejo plan para la extinción del hombre. De cualquier modo, todas estas teorías son meras especulaciones sin fundamento científico.

Como bien sabes, al ser preguntadas sobre este tema, las mujeres suelen tomarnos el pelo, por impertinentes y por mantener vivo ese halo de misterio sobre las costumbres femeninas. Si te topas con alguna amiga divertida (como fue mi caso) te dirá que van en grupo para criticarnos o para reírse de nosotros, porque en el fondo es probable que les llame la atención que nos interesemos por un asunto tan trivial como este. Nos pegamos media infancia soñando con nuestra vecina, ¿cómo va a ser trivial?

Pongamos un ejemplo. Si nosotros nos levantamos de la mesa para ir al baño y un amigo nos dice “¡te acompaño!” nos preguntamos por qué. No nos preocupamos ni nada de eso pero nos extraña porque ir juntos a soltar la vejiga no forma parte de nuestro código ético. Nuestras micciones son así: asociales. Solo cuando éramos pequeños, y fruto de nuestro afán competitivo, lo hacíamos para ver quién chingaba más lejos. Cuando somos adultos, abandonamos esa práctica a no ser que alguien nos rete y el espacio cumpla con los requisitos y las dimensiones adecuadas.

Un amigo peluquero me dijo una vez que sabía más de mujeres que un ginecólogo y un psiquiatra juntos. Quizás sería más productivo empezar a darle a la tijera.