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Los partidos y el interés general – Por Jaime Rodríguez-Arana

La democracia se ha definido de diferentes formas. Una de las más utilizadas entiende por tal el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo (Lincoln) Es gobierno del pueblo porque quienes ganan las elecciones han de dirigir la cosa pública con el pensamiento y la mirada puesta en el conjunto de la población, no en una parte o en una fracción de los habitantes por importante que esta sea. Es gobierno para el pueblo porque la acción política por excelencia de los gobiernos democráticos ha de estar situada en el interés general; esto es, en la mejora continua e integral de las condiciones de vida de los ciudadanos, con especial referencia a los más desfavorecidos. Y es gobierno por el pueblo porque la acción política se realiza a favor del pueblo, no en beneficio de cúpula que en cada momento está al mando.

Por eso los partidos son instituciones vinculadas al interés general. Por eso la ley de transparencia y acceso a la información les es de aplicación y por eso los partidos tienen la relevante tarea de encauzar las ideas presentes en la sociedad con el fin de regir los asuntos de interés general, de acuerdo con sus idearios, para la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. Que so deba ser así no quiere decir que en la realidad lo sea. Efectivamente, encuestas y sondeos de cualquier procedencia y formato revelan, no hace falta ser muy listo para deducirlo, que hoy los partidos son las instituciones más desprestigiadas, incluso consideradas por capas importante de la sociedad, como espacios de corrupción que se permiten trastocar los compromisos adquiridos con los electores a la par que constituyen poderosas maquinarias en las que algunos parece que fraguan grandes fortunas. En este sentido, cuándo la finalidad de la actividad del partido no reside en el servicio a la comunidad a partir de una serie de propuestas y compromisos, sino que se instala en el bien de la propia organización y de sus dirigentes o colaboradores, entonces estas organizaciones se burocratizan porque la propia estructura se convierte en el fin y los aparatos se convierten en los dueños y señores de los procesos, hasta el punto de que todo, absolutamente todo, ha de pasar por ellos instaurándose un sistema de control e intervención que ahoga las iniciativas y termina por laminar a quienes las plantean. El interés particular de los dirigentes de la tecnoestructura se impone sobre cualquier consideración de interés general. El partido se convierte en un coto cerrado para los deseos de mando y poder de quienes están al frente.

En estos casos, nos encontramos ante partidos cerrados a la realidad, a la vida, prisioneros de las ambiciones de poder de quienes han decidido anteponer al bienestar general del pueblo su bienestar propio. Se pierde la conexión con la sociedad y, en última instancia, cuándo no hay un proyecto que ofrecer a la ciudadanía más que la propia permanencia, el centro de interés se sitúa en el control-dominio que, además de ser la garantía de supervivencia de quienes así conciben la vida partidaria, constituye una de las formas menos democráticas de ejercicio político. La autoridad moral se derrumba, la ciudadanía, empezando por militantes y simpatizantes, termina por desconectar de los políticos, se pierde la iniciativa, el proyecto se vacía y la organización ordinariamente se vuelve autista, sin capacidad para discernir las necesidades y preocupaciones colectivas de la gente, sin capacidad para detectar los intereses del pueblo. Algo que, a juzgar por la opinión general que la gente tiene de la política y de los políticos, no parece muy lejano de la realidad que nos rodea.

Por el contrario, una organización pegada a la realidad, que atiende preferente y eficazmente a los bienes que la sociedad demanda y que permitirá probablemente hacerla mejor, es capaz de aglutinar las voluntades y de concitar las energías de la propia sociedad. Estos partidos, así configurados y dirigidos, atienden a los ámbitos de convivencia y colaboración y escuchan sinceramente las propuestas y aspiraciones colectivas convirtiéndose en centro de las aspiraciones de una mayoría social y en perseguidora incansable del bien de todos. Son organizaciones centradas en el interés social, no simplemente en el interés de una determinada mayoría, o minoría, social por importante o relevante que esta sea.

Si los partidos quieren que la gente preste más atención a los asuntos públicos, han de abandonar la perspectiva tecnocrática, hoy mayoritaria en muchas formaciones atenazadas por liderazgos autoritarios que impiden el afloramiento de ciertas iniciativas y, sobre todo, de la autocrítica. Los partidos han de bajar al ruedo, a la calle, a hablar realmente con la gente, a escuchar al pueblo y, sobre todo, a recuperar la dimensión humana en la solución de los problemas. Los partidos, que son tan importantes en la vida democrática, se encuentran en una difícil encrucijada, sobre todo los tradicionales. O se convierten a la democracia interna en alguna medida o irán perdiendo fuelle y temple envueltos en las mil y una batallas que se librarán para buscar, como sea, un buen puesto en las listas electorales. Tiempo para el cambio hay, pero no mucho.

*Catedrático de derecho administrativo