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Querido Alberto – Por César Martín

En el salón de tu casa ando pensando en que he quedado en una hora para comer contigo, en lo extraordinario de este hecho, en que igual nos vendremos arriba entusiasmados, que mira que nos gusta… Aquí estoy como tantas otras veces, en Madrid, en tu hogar, disfrutando de lo que ya considero una prolongación del mío, y estas sensaciones, sólo las tienen los amigos de verdad. Porque de la amistad, querido Alberto, sabemos nosotros mucho con casi quince años de hermanamiento discontinuo. Conocemos los sabores de la distancia, del tiempo pasado, del vivo recuerdo que alimentamos en cada deseado encuentro. Una relación fraguada sin pretensiones, donde nada se premeditó y en la que todo obedeció a lo que supimos ser, haciendo caso a lo que cada uno es: antagónicos en apariencia pero de común corazón. Con el paso de los años me doy cuenta de la singularidad del caso, del regalo de la vida al tenerte al lado en el silencio que nos profesamos a diario, cada uno en su quehacer, dando lo mejor, lidiando con el día a día, y que no nos hace falta el wasap constante para mantener vivo lo que se sostiene por sí mismo. La vida se encarga de buscarnos los espacios temporales para celebrar esto que nos ha unido, y si no lo hace, querido Alberto, los forzamos nosotros, ya lo sabes tú bien. Esos momentos en los que silenciar el mundo y centrarnos en celebrar la existencia, en contarnos lo que nos mueve, dando espacio siempre a la filosofía, a la trascendencia más allá de los hechos, porque al fin y al cabo, la pasta de la que estamos hechos tú y yo, en el fondo, es la misma. Esos instantes, siempre en torno al camino y a la mesa, con kilómetros de menos y las ganas del descorche, del plato, de los sabores y el disfrute. Da gusto volver contigo a los sitios de siempre y acabar donde Jose brindando entre risas y complicidad. Da gusto descubrir contigo sitios nuevos y acabar donde sea brindando por esto, que no es otra cosa que la amistad entendida en toda su esencia. No se sí te lo he dicho, pero ya no entiendo la vida sin estos ratos convertidos en ritual, de los que me nutro para continuar adelante. Quizás sea la intermitencia la que me haga valorar, aún más si cabe, estos encuentros, porque bien es cierto que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, y no es menos cierto que en cada despedida soy consciente de lo que dejo atrás. Querido Alberto, amigo, es más, hermano, ¡qué dicha tenerte en mi vida!

@cesarmg78