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Sobremesa – Por Juan Carlos García

Apurábamos el café mientras la conversación iniciaba el recorrido de la memoria para él y abría una puerta más a mi conocimiento. Minutos antes, cuando tomábamos el postre, el telediario se había encargado de ofrecer la dosis diaria de realidad. Esa realidad que invita, en numerosas ocasiones, a dejar los cubiertos sobre la mesa y a apresurarse al lavabo. Matanzas de seres humanos, matanzas de animales. Corrupción sin límites. Arengas preelectorales. Naufragios. Vertidos. Deshielos. Y la crisis. La crisis y sus efectos. Esos que dificultan a miles de familias de esta sociedad a contar con algo de comida para repartirla sobre la mesa de sus hogares. Esos mismos efectos son los que me permiten a mí sumar momentos familiares sin mirar el reloj. El aroma de ese primer café permanecía en el comienzo de esa charla de sobremesa con él. Hacía tiempo que no se daba esa circunstancia en un día entre semana. Lo habitual era irme tras tomar el café. Pero ese tiempo que se está a la mesa después de haber comido, tal y como define la RAE a la sobremesa, se alargaba. La siesta se dejaba para otro día. Como se sabe el uso de los teléfonos móviles en la mesa es, además de mala educación, una falta de respeto al resto de comensales. Sin recordar muy bien por qué, en aquella conversación de sobremesa él evocaba aquellos días de hace más de sesenta años, cuando realizó el servicio militar. Él me explicaba situaciones y anécdotas. Algunas de ellas ya se las había oído. Otras, en cambio, me deleitaban por novedosas. Se sucedían los nombres de lugares y de modelos de aviones. Él hizo la mili en el Ejército del Aire. Conocedor de las múltiples aplicaciones que ofrece un smartphone, no lo dudé un instante. Por primera vez, en más de sesenta años, él podía ver mapas y fotografías de aquellos lugares de aquella época. El aeródromo de Agoncillo (Logroño), las Bardenas Reales y la base aérea de Zaragoza. Imágenes de aquellos aviones. Él me decía que se les llamaba “Pedro”. No le entendía en un primer momento. Salí de dudas y observamos en la pantalla del móvil aquel avión alemán, un Heinkel 111, al que conocían como “Pedro”. Esta persona, con 81 años recién cumplidos, con la que compartí esa sobremesa y con la que espero compartir muchas más, es mi padre.