Nunca he sabido quién soy. ¿Sabes lo que eso significa? Me lo preguntó con mirada inquisidora. Solo ella sabía ponerla. En cuanto a su pregunta… No. No lo sabía.
-No puedo mirarme al espejo porque soy incapaz de reconocerme en el ser que veo. Estoy como del revés. Entenderás la ironía.
Aquello sí lo entendía.
-Cada día me levanto con la esperanza de… Bueno, me levanto con esperanza. Supongo que eso ya es bastante. ¿No crees?
Lo creía, pero no podía afirmarlo.
-Querido, parece que eres tú quien ha roto los espejos de tanto mirarse. ¿No tienes nada que decir?
Tenía tanto que decir que me quedé callado. Puede que tuviera miedo a confesarle que yo había sentido lo mismo. Que ahora me parecía un asunto de otra, pero que mi corazón volvía a la garganta al recordarlo. Me daba pánico reconocer que no conocía remedio a su desequilibrio. Que no había antídoto a las inestabilidades del alma.
Tenía que mirar fijamente a sus ojos y decir: “No puedo ayudarte y sin embargo me acuesto pensando en ti cada día. No puedo hacer nada para que vuelvas a ser tú y me despierto cada mañana con tu sonrisa”.