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La victoria de Victoria – Por Ana Martín

¿Saben? Estábamos muy ocupadas siendo transgresoras y adelantadas y resulta que no habíamos inventado nada. Que la lucha por la igualdad que nos han transmitido nuestras antecesoras, con la secreta esperanza de que logremos lo que ellas nunca consiguieron, es, por desgracia, tan vieja como el mundo. Y que esos sacrificios que hacen hoy las candidatas políticas a este y otro lado del océano (y no me refiero solo a compatibilizar casa y trabajo, o a batallar el doble) teniendo su mérito, palidecen ante la fuerza de algunas osadas guerreras a las que el verbo “conciliar” les habría hecho, sin duda, tirarse de risa por los suelos.

Victoria Woodhull es una de esas mujeres. Su figura ha sido rescatada por varias publicaciones justo ahora, que Hillary Clinton se ha lanzado a la carrera por la presidencia de Estados Unidos, para mostrarnos que la aspirante demócrata no es la primera candidata. Woodhull es bien conocida en su país de origen, especialmente entre las feministas y activistas en la defensa de diferentes derechos y libertades. Cuando tenía 33 años, en mayo de 1872, fue propuesta como candidata a la Casa Blanca por el partido Equal Rights. Así que fue tan pionera en lo suyo como aquellos Padres Fundadores que constituyen el linaje más antiguo de los Estados Unidos. Tanto, que ya estaba preparada para gobernar antes, incluso, de que las mujeres obtuvieran el derecho a votar en Norteamérica (y de aquella manera).

Nada en la vida de Victoria, según cuentan las crónicas, fue normal ni para los usos, ni para la moral de la época, que empezaba, muy tímidamente, a hacerse más flexible. La América del XIX no se había liberado del puritanismo de su madrastra, la vieja Inglaterra. Así que el shock que debió producir que una iletrada, médium, hija de una vidente y un charlatán vendedor de pociones y ungüentos, casada en la adolescencia con un alcohólico, debió ser digno de contemplar. Añadámosle a eso que la intrépida Woodhull descubrió pronto que el amor libre no tenía nada de malo (al menos no era peor que aguantar las palizas de un borracho sobre su lomo) y que la mujer era, no ya igual, sino superior, si se lo proponía, al macho dominante que campaba a sus anchas en la tierra de las oportunidades. O sea, que tenía Victoria todas las papeletas para ser quemada en la hoguera social de la época, como así sucedió. Fue ignorada, vilipendiada y caricaturizada como una arpía, con alas de gárgola monstruosa. Pero le dio igual. Se casó de nuevo, se volvió a divorciar, tuvo un periódico, se hizo corredora de bolsa de la mano del millonario Vanderbilt, a quien leía el futuro, y se casó, una vez más, ya en Gran Bretaña, donde se empeñó en defender el voto femenino, que no se obtendría hasta el siglo XX. Pero la verdadera victoria de Victoria es que hoy, mujeres como Hillary Clinton estén legitimadas para gobernar Estados Unidos. Es la única barrera que queda, una vez superada la racial, con Obama, para que the land of the free haga honor a tantos epítetos grandilocuentes y entre, de una vez y para siempre, en la edad contemporánea.

No es baladí, por tanto, el eslogan que su equipo, capitaneado por el veterano y omnipresente John Podesta -que ha trabajado para Clinton marido y para Obama- ha puesto en boca del ciudadano medio americano: I’m ready for Hillary. Estoy preparado para Hillary. Porque, lo cierto es que hasta hoy, la ciudadanía americana parecía no estar preparada para que la mujer rompiera el techo de cristal que le impedía ser presidenta o vicepresidenta. Un cargo como el de Secretaria de Estado en el que se han desempeñado grandes mujeres como Madeleine Albright en estos últimos años, o el de presidenta de la Cámara de Representantes, tan eficazmente desarrollado en su momento por Nancy Pelosi, parecía ser lo máximo a lo que se podía aspirar. Por no hablar del muy ornamental título de Primera Dama al que solo Hillary, primero, y Michelle después, ambas tanto o más formadas que sus maridos, dotaron de agenda real y efectiva. Victoria Woodhull y su hermana estaban en la cárcel durante los comicios en los que, francamente, la primera no tenía muchas posibilidades de alzarse con el triunfo. Pero mucho más cautivos eran y son aquellos ciudadanos que piensan que una mujer, solo por el hecho de serlo, no puede gobernar a la primera potencia mundial o ser, como dirían en la serie Scandal, “la mujer más poderosa del mundo libre”.

Créanme que me sonroja escribir obviedades, pero, al tiempo, me muero por ver la cara que pondrán algunos cuando Hillary, el año que viene, si todo sale según sus previsiones, en un americanísimo gesto, levante su mano haciendo con los dedos la uve. De Victoria.

@anamartincoello