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130 años de historia no se pueden tirar por la borda – Por Gustavo Rodríguez*

Todos los investigadores parecen estar de acuerdo en datar en 1885 como el inicio de la actividad del cultivo del tomate de exportación de Canarias. El origen estuvo relacionado con la excelente climatología de Canarias, lo que motivó que Mr. Blisse, un empleado de la Compañía Swanston que trabajaba en la primera fase del Puerto de la Luz, emprendiera este cultivo en el Valle de los Nueve, en Telde.

A partir de aquí, no sin muchas vicisitudes, los británicos instalados en las islas decidieron apostar por el tomate ante el éxito de su comercialización. Disponían del transporte y de una red de distribución en los mercados.

A comienzos del siglo XX, la actividad del cultivo del tomate, junto a la del plátano, comienza a determinar la economía, la geografía, la demografía y la sociedad del Archipiélago.

La empresa británica Elder and Fyffes tenía el monopolio, por lo que los pequeños agricultores dependían de sus “caprichos” al tener el control del transporte y el precio del tomate.

Con el fin de lograr una mayor productividad, los ingleses introdujeron notables mejoras, desde la variedad de tomate hasta las técnicas de cultivo, abonado y distribución de aguas.

Tras el efecto de la Primera Guerra Mundial, el sector se recupera, alcanzando una superficie de 3.800 Ha. y 121.000 toneladas exportadas.

Este hecho propició que los productores canarios decidiesen independizarse del monopolio inglés, asociándose en los Sindicatos Agrícolas y en Asociaciones de Exportadores y Cosecheros.

Sin embargo, los ingleses no estaban dispuestos a perder los beneficios que les reportaba el transporte, que seguían manteniendo en régimen de monopolio.

La obligatoriedad de que todos los exportadores estuvieran registrados en la Cámara de Comercio, así como la creación del SOIVRE (Servicio Oficial de Inspección, Verificación y Regulación de la Exportación) beneficiaron a los exportadores canarios.

Paralelamente, la clase obrera se organizaba con la instauración de los sindicatos y reclamaba sus mejoras salariales, que no eran bien acogidas por los empresarios de entonces.

La Guerra Civil produjo uno de los primeros golpes al suprimir, durante los años del conflicto, la fiscalidad del puerto franco, instrumento que compensaba la condición insular.

La Segunda Guerra Mundial no solo condiciona la actividad comercial, sino que será el detonante, junto al comienzo de la dictadura, de la marcha definitiva de los ingleses.

Tras el cese de las hostilidades y con la recuperación de los mercados, se reactiva, y comienza a pergeñarse, lo que después se denominó como “el boom del tomate”.

Fue entonces, tras el aislamiento al que se sometió a España, cuando el tomate canario se convierte en el principal protagonista. El mantenimiento del comercio con Reino Unido genera divisas, imprescindibles para que el Estado español pudiera acceder al comercio internacional y adquirir petróleo y bienes de equipo, entre otros.

Esto provocó que el Ministerio de Comercio tomara el control de la actividad -aplicando el tipo de cambio aleatorio y restringiendo el mercado libre de divisas- a través del Instituto Español de Moneda Extranjera. Al centralizar las ventas en una sola cuenta, el Estado liquidaba a los exportadores sin contar con la fluctuación de la moneda extranjera y sin derecho a reclamación.

Sin embargo, el cultivo del tomate continúa su ascenso, siendo el de mayor superficie y el que más mano de obra emplea, así como el que dibujaba la geografía de las zonas sur-sureste de las islas de Tenerife, Gran Canaria y Fuerteventura.

Esto también se traducía en una importante mano de obra auxiliar relacionada con el transporte; mantuvo la actividad en el puerto en años de recesión, movilizaba maquinaria, industrias auxiliares y promocionó la marca de Canarias en Europa.

El Levante español y Marruecos comienzan sus plantaciones en la década de los cincuenta, manteniendo las ventajas de menor coste de transporte y mano de obra, respectivamente, hasta la actualidad.

Ante esto, los productores canarios se proponen mejorar las técnicas de cultivo y comercialización. Se introduce el sistema de invernadero, el riego por goteo y se experimenta con nuevas variedades.

Pese a las mejoras, los exportadores no pueden hacer frente a los gastos de comercialización que aumentan de manera desorbitada: transporte, estiba, flete, desestiba, aduanas, comisiones y gastos financieros en general.
Se produce una “competencia desigual y desleal” con los productores de la península cuyos costes de transporte representan una ínfima parte. En esta línea se continuó en las últimas décadas del siglo XX.

Es a comienzos del XXI, con la llegada de nuevas plagas y virosis, sumado al aumento de las producciones de los competidores, cuando se asesta un golpe certero al sector. Desde entonces, el descenso ha ido en picado.
Sin embargo, a día de hoy, sigue siendo el cultivo que mayor mano de obra emplea y el que invirtió en mejoras técnicas convirtiéndose en el sector agrícola referente.

Con todo, y pese al Plan Estratégico para evitar su desaparición, el resultado ha sido el abandono por parte de las administraciones (canaria y estatal) hasta colocarlo al borde de la desaparición. Obligaciones como el incremento-igualación de la compensación al transporte, realización de un estudio de impacto económico por acuerdos con terceros países, cumplimiento con el Posei adicional en tiempo y forma, e incluso, calificaciones territoriales eternas que impiden el desarrollo de la actividad, han sido elementos de esta conjura.

Como ha quedado reflejado, el transporte ha sido el talón de Aquiles de este sector, pero también de cualquier otro que necesite el transporte para su producción. Y esto, en Canarias, supone la condición primordial.

Este año se cumplen 130 años de una marca propia, de prestigio, que ha dejado su huella en Reino Unido como el célebre barrio de Canary Wharf, en el distrito financiero de Londres. Una marca con amplia demanda en su primer mercado, centro de Europa y en los países escandinavos. Una marca que podría abrir puertas a otras producciones de las islas, si se gestionara con inteligencia.

En este tiempo, nuestras administraciones, en lugar de actuar como lo hacen otros países con gran tradición comercial y proteger la producción, se han limitado a sangrar al sector y a la actividad, lo cual dice mucho de nuestra estrategia y competitividad.

Después de 130 años, perder este sector no solo es dar la espalda al que permitió el desarrollo de Canarias y España en tiempos difíciles, es acabar con una marca de prestigio y consolidada en Europa; finalizar una parte importante de la exportación de Canarias; destruir miles de puestos de trabajo y perder un modelo de producción innovador.

Apostar por su futuro no es cuestión de más palabras y promesas. Es demostrarlo con hechos -que no suponen elevados costes frente a otras iniciativas-, (como el Plan PIVE), y solucionar dos condicionantes imprescindibles: la compensación al transporte y las ayudas adicionales. Es una deuda histórica y una cuestión de justicia social. El olvido ha llevado a la humanidad a repetir errores imperdonables que otros tuvieron que pagar.

Sin duda, este será el verdadero retrato de quienes se postulan como defensores o de quienes serán los cómplices y verdugos de la extinción del sector del tomate canario. Y en el caso de los segundos, me gustaría conocer cuál es la alternativa que tienen preparada y que mejore la actual.

*PRESIDENTE DE LA PLATAFORMA POR LA DEFENSA DEL TOMATE, FRUTAS Y HORTALIZAS DE CANARIAS