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24M: Parlamento sin rehenes ni francotiradores – Por Teresa Cárdenes

Entre la expectativa de un cambio y el vértigo de la ingobernabilidad. Canarias se enfrenta hoy en las urnas no solo a un altísimo porcentaje de indecisión, sino a la probabilidad de una fragmentación parlamentaria que encamine a la Comunidad Autónoma hacia un sendero de pactos imposibles, instituciones secuestradas por partidos llave y un destino incierto para una economía que, con un tercio de su población en paro y porcentajes catastróficos de desempleo entre la población menor de 25 años, lo que menos necesita es un escenario de navajeo parlamentario, estrategias de salón y políticas basadas en el tacticismo de corto alcance. En este 24 de mayo, el doble desafío está servido: no se trata solo de elegir, sino de confiar también en que aquellos cuyos nombres salgan hoy de las urnas tengan la altura suficiente para impedir que Canarias naufrague en la fragmentación y el desgobierno. Dice el aforismo que cualquier tiempo pasado fue siempre mejor. No es desde luego el caso de Canarias, que sabe sobradamente qué significa tener un Parlamento convertido en rehén de los francotiradores y toda una región sujeta al capricho, los sueños de grandeza o las mezquindades de sujetos que usaban su acta de diputado como si, en lugar de la encomienda más importante que puede recibir un representante público, la confianza de los ciudadanos, el escaño fuera una propiedad unipersonal para medrar a su antojo.

Lo saben muy bien las paredes de Teobaldo Power. Porque entre ellas hemos visto pactos rotos por mero oportunismo electoral, presidentes de Gobierno triturados por los suyos, apuñalamientos políticos que harían palidecer a los personajes más oscuros de Gore Vidal o Robert Graves y legalidades torturadas hasta el extremo de producir exactamente lo contrario de aquello para lo que fueron concebidas. Como ocurrió en alguna ocasión, por ejemplo, con la herramienta del Estatuto de Autonomía que permite a los diputados de una isla bloquear la votación de leyes. Estos días, media España mira estupefacta a Andalucía para asistir al estancamiento al que ha quedado sometida por la incapacidad de sus fuerzas parlamentarias para interpretar el mandato de los ciudadanos, ponerse de acuerdo y gobernar. Somos a menudo olvidadizos, pero se trata de un riesgo de agarrotamiento real que también conoce muy bien Canarias: el de ver pasar las semanas y los meses sin que los grupos salidos de las urnas negocien y alcancen con la rapidez que exigen las circunstancias de la sociedad, y en especial de aquellos que peor lo pasan, acuerdos razonables y estables para la gobernabilidad. Por fortuna, las encuestas suelen equivocarse y más aún en un escenario de altísima indecisión o incalculable voto oculto. Pero que dios nos coja confesados si, como vaticinan, el arco parlamentario se fractura tanto que nos devuelve de cabeza a tiempos no tan remotos en que un solo diputado era capaz de poner en jaque a toda la Comunidad Autónoma con solo coger un avión y esconderse en un hotel de Madrid. ¿Ha cambiado tanto la política como para vacunarse a sí misma de algunas tropelías? Sí, la política ha cambiado. Forzada por el dramatismo de la crisis y la indignación de los ciudadanos, ha generado nuevos escenarios y también nuevos actores. Ahora lo que llega es el momento de comprobar si el cambio es a mejor o, por el contrario, va a peor la mejoría. Y si los nuevos actores han sabido blindarse ante uno de los peores cánceres que puede acechar a cualquier nueva opción política: el efecto letal del arribismo, cuyo único objetivo es el poder, con total independencia e incluso a costa de las necesidades de los ciudadanos. Con todo, hay que confiar.

Confiar en que, además de tener hoy las generaciones más cualificadas de su historia, Canarias también ha madurado en términos políticos. Confiar en que hemos aprendido las lecciones propias y ajenas acerca de los riesgos paralizantes del desgobierno y, por idéntica razón, acerca de la bondad de la palabra pacto. Confiar en la nobleza y la responsabilidad de la política. Y confiar sobre todo en que nunca volverá a ocurrir que, en el interregno entre las elecciones autonómicas y las generales de 2016, nadie querrá condenar a Canarias a ser el laboratorio de experimentos tacticistas con la vista puesta en los siguientes comicios. Porque eso Canarias no se lo merece, ni se lo puede permitir.

@teresacardenes