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Antonio Pino – Por Luis Ortega

La literatura es siempre un ejercicio de nostalgia. Puede juntar y combinar este sentimiento con cualquier otro pero ninguno opaca ese estado agridulce del que manaron las mejores páginas liricas, las historias de los hombres, los paisajes y las pasiones que, según Delibes, forman las novelas. La afirmación viene a propósito de la presentación de Abarim, una justa y necesaria biografía escrita por Rosario Pino Capote y editada por el Centro de la Cultura que ni en los malos tiempos baja la guardia. Los términos litúrgicos de la calificación vienen a cuento de que Antonio Pino (1904-1970) era, por encima de todo, un católico ferviente, un hombre que ejerció su profesión -odontólogo en El Paso- de modo abnegado y generoso, es decir: con la infrecuente caridad evangélica. Además, por vocación de servicio, entró en la política, la única, por amor a su pueblo al que dedicó su talento literario
-fue un poeta brillante, hondo en el fondo y pulido en la forma- encajado en las pautas modernistas y, eso es lo más importante, un hombre de fe que, contra sus propios intereses, hizo de una causa pública la razón de su vida. Con la perspectiva de los años y la frescura del amor, su hija ha compuesto una luminosa y amena biografía en la que aborda todas las vertientes de una existencia honesta, cargada de ideales, y nos lo recuerda a quienes lo conocimos y lo presenta a quienes lo deben conocer con la misma naturalidad que irradiaba su persona.

Fue concejal y alcalde de su pueblo -cargos que honró con su dedicación y esfuerzo- y, con el apoyo de su gente y, contra los consejos de familia y amigos, emprendió un pleito sobre las aguas de Taburiente que, perdido en primera instancia, pasó por la Audiencia Provincial y concluyó en el Supremo; los altos tribunales no entraron en el fondo de la cuestión, simplemente desestimaron sus recursos y abultaron las costas. Todo siguió como estaba: los caudales antiguos y los nuevos alumbramientos en manos de los hacendados que, poco antes, habían formalizado su inscripción registral. Sus veinte años de enconada lucha opacaron brillantes aspectos de su existencia y aceleraron su temprana muerte pero, también, lo acreditaron como un símbolo para los paisanos que lo tuvieron como modelo de rectitud y constancia en las horas duras. Era imprescindible contar con un testimonio del calado y la calidad de este libro para que la memoria de Antonio Pino y la defensa de las causas generales tuvieran un espejo para mirar el pasado y disponer el futuro. Y ahí está Abarim, término hebreo que significa las tierras del más allá, las que contempló Moisés sin poder disfrutarlas.