Asia tiene nombre de mujer

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ENRIQUE E. DOMÍNGUEZ / FOTO: SERGIO DÍAZ

Trescientos días fotografiando el sudeste asiático. Este fue el nombre escogido por Sergio Díaz, fotógrafo de origen madrileño afincado en Tenerife desde hace dos décadas, para bautizar un proyecto que relata a través del poder de sus imágenes el largo e intenso periplo que le llevó a recorrer, con la única compañía de su cámara, países como Tailandia, Laos, Vietnam, Camboya, Malasia, Singapur o Myanmar. La experiencia vivida durante aquellos trescientos días ha dado como fruto, además del sinfín de vivencias que tuvieron un profundo impacto en él y en su forma de ver el mundo, una exposición que recorre las salas de Canarias con gran éxito.

De hablar pausado y amable en el trato, Sergio Díaz es una persona que transmite una serena calma en cada una de sus palabras. Los muchos viajes acumulados a lo largo de su carrera le han llevado a visitar multitud de rincones del globo, tratando siempre de evitar las rutas turísticas para adentrarse en el corazón de lugares y gentes y ofrecer, mediante sus fotografías, una visión sincera de todo aquello en lo que fija una mirada que dota a su trabajo de una identidad propia, inconfundible. Sin duda, el mayor logro de un fotógrafo radica en ser testigo imparcial de lo que acontece ante sus ojos, actuando como notario de la realidad que le rodea para presentarla tal cual es.

Las imágenes de Sergio Díaz han sido publicadas en medios como National Geographic, El Mundo, Lonely Planet, Esquire Malaysia, Business Destinations, The Epoch Times, Pacific Magazines… la lista es larga.

Una de las fotografías tomada durante su aventura resultó ganadora de El viaje de tu vida, concurso de fotografía organizado por National Geographic y Canon España. Además, fue finalista del certamen internacional Sony World Photographic Awards 2015, uno de los concursos que goza de más prestigio entre la comunidad fotográfica a nivel mundial.

Charlamos con él para saber más acerca de su viaje al sudeste asiático, de los pueblos y costumbres con los que tuvo la oportunidad de convivir y, especialmente, del papel y lugar de la mujer en las comunidades que pudo conocer de primera mano. Al escucharle, se hace patente el gran conocimiento que atesora, pero, sobre todo, su profundo amor por aquellas tierras y gentes.

¿Cómo y en qué momento decide lanzarse a una aventura como esta?

Llegó un momento en el que me planteé si estaba viviendo mi vida como yo quería o si, por el contrario, simplemente estaba siguiendo los convencionalismos marcados por nuestra sociedad. Me di cuenta de que no estaba haciendo lo que me gustaba, sino que seguía una inercia impuesta por el entorno, la familia, etc. Ahí fue cuando tomé la decisión de embarcarme en este proyecto. Ese es el momento más difícil de superar. Una vez lo tienes claro, todo lo demás viene rodado.

¿Cómo encajó su familia esa decisión? Una separación tan larga no debió resultar fácil.

Soy padre y entiendo que separarse de un hijo durante tanto tiempo para viajar solo a un lugar tan lejano crea cierta inquietud. Las dos mujeres más importantes de mi vida, que son mi madre y mi hija, me dieron su apoyo incondicional desde el minuto uno. Nunca les estaré lo suficientemente agradecido porque me hicieran las cosas tan fáciles. Gracias a las nuevas tecnologías manteníamos un contacto fluido y sabían en todo momento donde estaba. Supongo que eso las tranquilizaba.

Como fotógrafo, los premios suponen un reconocimiento al trabajo, además de darle una gran visibilidad. Ser finalista en el Sony World Photographic Awards es, por el prestigio del concurso, los muchos miles de imágenes que se presentan y su altísimo nivel, un logro al alcance de muy pocos. ¿Qué ha supuesto para usted?

A nivel personal ha sido el broche de oro a esta aventura. Desde el punto de vista profesional, ser finalista en el Sony World Photographic Awards le ha dado mucha visibilidad a mi trabajo, no sólo en España o en Canarias, sino también en Vietnam, ya que los medios de comunicación de allí difundieron la noticia ampliamente al haber sido la foto realizada en ese país. Esto, junto con el reconocimiento por haber ganado el concurso de National Geographic y Canon España, El viaje de tu vida, le dieron sentido a todo el proyecto.

Al imaginar su viaje, uno piensa en lugares exóticos, belleza exhuberante, momentos únicos de luz y color. Pero la moneda tiene dos caras: pobreza, dificultades y carencias, una naturaleza en ocasiones devastadora…

Sí, el sudeste de Asia nos ofrece una dualidad interesante en ese sentido. La riqueza y la pobreza extrema conviven una al lado de la otra, son mundos distintos y tienes que saber dominar tus emociones para que esto no afecte a tu trabajo, pero, sobre todo, que no te afecte de manera personal. A veces no es fácil y lleva un proceso de preparación en cuanto a tiempo y experiencias que a algunas personas les cuesta más que a otras.

Aun así, y a pesar de esa preparación, debe ser complicado evitar que lo visto y vivido cale en uno mismo. ¿Ha cambiado algo en usted o su manera de ver las cosas?

Desde luego. Aprendes mucho cuando convives con personas cuyos valores son tan distintos a los nuestros. En mi caso, he vuelto mucho más espiritual de lo que era cuando me fui y, aunque parezca un tópico, he aprendido que los bienes materiales no son necesarios para alcanzar la felicidad. Yo he sido tremendamente feliz cuando todas mis pertenencias cabían en una mochila.

¿Recuerda algo que le afectara o conmoviera especialmente?

Muchas cosas. Me impactó ver la profunda tristeza del pueblo camboyano durante los funerales por la muerte de su rey. También, el relato de una chica birmana cuando me contaba cómo una tremenda granizada arrasó su casa y se quedaron sin nada. O el caso de un chico, birmano también, que perdió a su madre en una riada y que aprendió inglés con un radiocassete escuchando música de los Beatles, porque ella le había dicho que el inglés era imprescindible para progresar en la vida. Ahora este chico es profesor de inglés en uno de los estados más pobres de Myanmar. Tengo mil recuerdos difíciles de olvidar.

Llama la atención en muchas de sus fotografías las amplias sonrisas de sus protagonistas, parecen personas con la capacidad de ser felices con muy poco…

En general, son capaces de ser felices con muy poco y no le dan tanta importancia a los bienes materiales como se la damos en Europa, quizás porque tienen asumido que muchas de ellas jamás podrán poseer esos bienes. Eso no quiere decir que no les gustaría tenerlos, pero asumen con más facilidad de lo que lo hacemos en occidente que hay cosas que no están a su alcance, y esto no les genera frustración. Hablo de generalidades, hay que tener en cuenta que no es lo mismo, ni piensa igual, una mujer de una aldea camboyana que una singapurense, por ejemplo. Precisamente por lo que comentábamos antes de las dos caras de la moneda y de esa dualidad tan característica de esta parte del mundo.

A su juicio, ¿qué puntos en común y qué diferencias diría que tiene la mujer del sudeste asiático respecto a la mujer europea?

Los valores familiares, la estabilidad económica, la salud… estas cosas son comunes en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, la espiritualidad, las tradiciones, el espíritu de colaboración, la capacidad de sacrificio, la confianza en el prójimo… lamentablemente, estas son cosas que, poco a poco, se están perdiendo en occidente y que sólo se conservan a duras penas en el mundo rural. Allí, son valores que siguen siendo muy vigentes en las distintas capas de la sociedad.

¿Cree que la desigualdad de géneros es, quizás, más acentuada en esa parte del planeta?

No. Lamentablemente la desigualdad de géneros es igual en todo el mundo. Creo que estamos muy confundidos si pensamos que aquí las mujeres tienen más derechos que en otros lugares. Es posible que se hayan ganado algunas batallas contra la desigualdad en occidente, pero queda mucho camino por recorrer en ese sentido; en Asia, en Africa y estoy firmemente convencido que también en Europa y Norteamérica. Caso aparte son algunos fundamentalismos religiososos donde impera la sinrazón en contra de la mujer, pero, afortunadamente, en el sudeste asiático no tienen un excesivo arraigo… y esperemos que siga así.

¿La escolarización y el acceso a la educación, especialmente en zonas rurales o más aisladas, resulta un problema?

Contrariamente a lo que se pueda pensar, los gobiernos y la sociedad en general en el sudeste de Asia está muy concienciada en cuanto a la educación infantil se refiere e, incluso en las aldeas remotas, resulta fácil encontrar escuelas. Otra cosa diferente es la calidad de la educación y aquí sí que hay que decir que los gobiernos no emplean los recursos suficientes. Por eso muchas familias hacen un esfuerzo considerable para sus economías contratando profesores particulares para sus hijos, con el fin de reforzar la educación estatal. En muchos casos, esos profesores son los mismos de la enseñanza pública, que necesitan ese sobresueldo debido a los bajos salarios que perciben del estado.

El papel de la mujer como motor económico en la familia parece ser fundamental, ¿no es así?

Cuando se trata de traer dinero a casa todo el mundo colabora y las mujeres desempeñan un papel crucial en el mantenimiento de la economía familiar. Como en el resto del mundo, además de en las tareas del hogar, vemos a las mujeres desarrollando labores agrícolas, en comercios, mercados, etc. También es bastante común verlas desempeñando trabajos que en occidente habitualmente asociamos a los varones, como por ejemplo en la construcción.

El sudeste asiático es un lugar en el que las condiciones de vida pueden ser extremadamente duras, ¿ellas lo tienen aún más difícil?

Las condiciones de vida para las mujeres en general son duras, y más en las zonas rurales que en las ciudades, ya que en el mundo rural existen muchas menos oportunidades de desarrollo que en las grandes urbes. Como en todos sitios, la capacidad económica es lo que suele marcar las diferencias.

Con frecuencia escuchamos hablar de matrimonios forzados, ausencia de libertades y derechos, violencia sexual… ¿qué hay de cierto en eso?

Los matrimonios forzados no son comunes y la ausencia de libertades y derechos suele venir marcada más por el estado que por la propia sociedad. Con respecto a la violencia sexual, es innegable que existe, pero creo que viene más propiciada por cierto tipo de turismo occidental que por los propios habitantes locales.

Sin embargo, un reciente estudio publicado en la revista The Lancet y realizado entre más de 10.000 hombres del sudeste asiático, afirma que un 11% de ellos reconoce haber recurrido a la violencia sexual. La cifra se eleva hasta el 24% si se incluye a las parejas…

Conozco ese estudio porque se publicó cuando regresé de Asia y me interesó la noticia. El estudio incluye al primero, cuarto y octavo de los países más poblados del mundo, que son China, Indonesia y Bangladesh, eso son aproximadamente unos 1.800 millones de personas. De los países que yo he visitado el estudio solo incluye a Camboya, que solo tiene 15 millones de habitantes. El título de ese estudio habla del sudeste asiático, pero, evidentemente, es un sudeste asiático distinto al que yo conozco y principalmente creo que viene motivado por la religión. En el sudeste asiático, entendiéndose como tal a Myanmar, Tailandia, Laos, Vietnam y Camboya, la religión imperante es el budismo y dudo que en estos países el resultado de ese estudio reflejase datos ni remotamente similares.

¿Es posible que el desconocimiento haga que en occidente tengamos una imagen distorsionada del sudeste asiático?

Aquella es una zona del mundo que históricamente ha vivido muy convulsionada. La amalgama de intereses económicos, étnicos, religiosos, políticos y de toda índole hacen que para los occidentales sea complicado entender lo que allí sucede si no se estudia en profundidad. Quizás por esto la imagen que tenemos en occidente no se ajuste a la realidad. De hecho, a veces no es fácil de entender ni para la propia población local.