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Átense los machos – Por Ana Martín

Me permito, desde aquí, dar, humildemente, unos sencillos consejos para ser prudente. Uno de los ejercicios más fáciles de cuantos pueda llevar a cabo el ser humano, pero, al tiempo, muy poco practicado. Se trata de no abrir la boca más de lo imprescindible, de no intentar hacerse notar con comentarios altisonantes, de no pretender desenvolverse como humorista si uno es lo que los andaluces denominan, tan graciosamente, un sieso. Es conveniente no opinar sobre aquellos temas que no dominamos, no dar declaraciones en caliente y no decir en voz alta ocurrencias de ducha. Consiste, en fin, en dejar las cosas quietas si percibimos que hablando no podemos mejorarlas. Como no ignorarán ustedes, en las diferentes taxonomías de imprudentes están los aventurados, los inoportunos, los indiscretos, los osados, los bocazas. Y luego está Esperanza Aguirre. La “pobre sexagenaria”, como le gusta definirse, es una artista de la boutade, de la salida de pata de banco, del exabrupto. Lo que ella ve como cañí, ocurrente y chulapo, el resto de humanos con sentido común lo percibimos como tremendamente inconveniente. Menos sus votantes, claro. Solo faltaría. A sus incondicionales les debe parecer el estallarse. Pero volvamos a la condesa consorte de Bornos, que lo mismo pone a parir a los agentes de movilidad de la ciudad de la que quiere ser alcaldesa, que se mete con el dedo divino de Rajoy, hacedor de candidatos. Una señora que un día juró que se retiraba de la política activa -se ve que para dedicarse a la pasiva- y, tras pasar por un breve período como asesora de una empresa cazatalentos, volvió al ruedo a cortar orejas, rabos y lo que se tercie, que para eso los Aguirre son “de sangre valiente y torera”. Su penúltima faena (hasta el momento de escribir este artículo) han sido unas declaraciones que pasan, con mucho, de la salida de tono, para internarse en el pegajoso mundo de la estrechez mental, en el peligroso límite del aliento a la xenofobia y a la censura del débil. Ha dicho Aguirre que hay que erradicar de Madrid a esas personas que viven en parques, calles y plazas porque, en su mayoría, están llevadas allí por mafias que tienen una gran calidad de vida y, sobre todo, porque ahuyentan al turismo. Que piensa uno, vayamos por partes: si los llevan allí las mafias que se enriquecen a su costa, erradiquen ustedes a los mafiosos, porque el que pide, además de ser pobre está siendo, también, esclavizado. Que a la gente que ha sido expulsada del sistema por haber perdido su vivienda no se le pueden cargar a la espalda más estigmas. Que basta y sobra con la losa terrible, ignominiosa, que ya llevan ellos y sus hijos, y que perdurará en su inconsciente, incluso si vuelven a encontrar un techo. Eso de que un individuo es pobre porque quiere, no solo es una perversidad que anida en algunos cerebros de quienes heredaron salud y dinero. Es, sencillamente, mentira. Y expulsar a quienes duermen en la calle -nunca por gusto, señora- es, además, ilegal. Pero Esperanza no solo lo ha sugerido, sino que ha asegurado que lo hará, que limpiará el centro de Madrid de indigentes y de gente que pernocta a la intemperie, porque se ve que le parece que encuentran algún extraño placer en hacer su cama en un banco, bajo un puente, en la ciudad más inhóspita del mundo en invierno. El pasado mes de febrero, en la misma calle Génova, a escasos metros de la sede del PP, un hombre joven, avergonzado de tener que hacerlo, me pidió un café con leche. La noche estaba siendo gélida. El hombre no olía a alcohol, no pedía dinero, ni era miembro de mafia alguna. Un mal divorcio lo dejó inerme y la crisis hizo el resto, se vio expulsado de una vida corriente pero digna y, ahora, me dijo “no sé si la voy a recuperar algún día”. Y así cientos, miles de casos, que escriben la historia de la pobreza actual, que, solo en una parte mínima, obedece a esos patrones de mafias y organizaciones criminales. Así que además de sin casa, doña Esperanza pretende que quienes viven al raso se queden sin sus derechos que, por otra parte, y para general información, están recogidos en la Constitución. Mientras se estaba cociendo este artículo, me lo veía venir, la lideresa ha rectificado. Ahora dice que no hay albergues suficientes, pero que se encargará de que los haya, como si esa fuera la panacea. Ahora dice que no puede prohibir a nadie dormir en la calle, porque, probablemente, alguien le ha recordado que ella ha sido siempre la liberal por antonomasia, la enemiga mundial de las prohibiciones y las normas, la defensora del derecho a las libertades personales. Ejem. Y hablando de normas, de derechos y de exabruptos, agárrense mis queridos madrileños porque la señora -si no se desdice en las próximas horas- está “reflexionando” sobre cómo abolir otro derecho constitucional: el de manifestarse en el centro. De la periferia, tan exótica para ella, todavía no ha dicho nada. Pero lo dirá. Vaya si lo dirá. Por usar una de esas expresiones taurinas que tanto fascinan a Aguirre: átense bien los machos.      

@anamartincoello