La punta del viento>

Austin G. Baillon – Por Agustín M. González

En nuestra memoria íntima tenemos personas y personajes que mantenemos siempre asociados a lugares y paisajes concretos, desafiando incluso el paso y los cambios del tiempo. Por ejemplo, siempre que observo la magnífica estampa de la Antigua Casa de la Real Aduana, el fiel y señorial guardián del viejo muelle pesquero de Puerto de la Cruz, me acuerdo indefectiblemente de quien fuera su propietario y rescatador: Austin G. Baillon. Tuve la suerte de conocer a don Agustín, un auténtico caballero portuense-británico a quien días atrás se tributó un homenaje en la propia Casa de la Aduana, con la proyección del documental promocional que él promovió sobre la Isla dos décadas atrás, titulado ExpoTenerife. Se cumplen ahora tres años de la muerte de Austin G. Baillon y me produce una enorme satisfacción comprobar que en su pueblo natal no se le olvida, y eso que los últimos 16 años de su vida los pasó apartado del mundo, víctima del alzhéimer, atendido por su inseparable esposa Julia y sus hijos. Pero las personas como Agustin Baillon son involvidables. Caballeroso, culto, cordial, curioso, emprendedor, apasionado. Yo pude disfrutar de su amistad, de su sabiduría y de su colaboración en múltiples artículos y reportajes periodísticos, porque tanto su cabeza como su casa eran valiosísimos archivos históricos. Era un gran enamorado de la historia, del pasado de sus pueblos: el Puerto y Gran Bretaña. Por eso se hizo anticuario y compró y restauró las dos casonas más antiguas de la ciudad: la Casa de la Aduana y la Casa Miranda. Llegué a hacerle para El Día un reportaje sobre su vida, que fue de auténtica película. Como contó su hija Sophie en un escrito de despedida, Baillon había sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial, donde se distinguió como ejecutivo de operaciones especiales y fue nombrado capitán con solo 19 años. Luego desarrolló una brillante carrera profesional como directivo de la empresa petrolera Shell, casi toda ella en Venezuela, donde también llegó a ejercer de vicecónsul británico. Se retiró en 1975, a la edad de 55 años, y decidió regresar a su Tenerife natal. Como contó su hija, “la isla fue su hogar a pesar de su nacionalidad británica y fue donde él eligió disfrutar de su larga e ilustre jubilación”. Fue entonces cuando recibió de la reina Isabel II de Gran Bretaña la medalla de la Orden del Imperio Británico (OBE). Pero de lo más orgulloso que estaba era de haber cumplido su sueño de rescatar la histórica Antigua Casa de la Real Aduana, el inmueble civil más antiguo de Puerto de la Cruz (construida en 1620 y hoy propiedad del Cabildo) que entonces estaba en riesgo de ruina total. Su gran y desinteresada labor en favor de su ciudad y del turismo fue reconocida y recompensada con la medalla de Oro del CIT local. Vuelvo a mirar la Casa de la Aduana y me parece ver asomado en el balcón a don Agustín, feliz, sin duda, de que la que fuera su casa luzca espléndida y como sede de un magnífico museo, el MACEW.