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Cállate, bonita – Por Esther Torrado

Más allá del ideario político de la diputada del parlamento andaluz Teresa Rodríguez, representante de Podemos y que puedo o no compartir, observo con estupor, el trato denigrante que se le ha infringido recientemente, lo que me indigna por varias razones que brevemente voy a argumentar. Por una parte, constituye una práctica habitual antidemocrática y sexista de todas las organizaciones, contando desgraciadamente con la complicidad social y permitiendo a sus ejecutores actuar con impunidad. Por otra, el mantenimiento de este juego patriarcal diabólico, minimiza, legitimiza y normaliza la violencia contra las mujeres, fortaleciendo el sexismo en los espacios públicos, dado que a pesar de ser el día a día de las mujeres, la sociedad y organizaciones justifican estas malas prácticas (no es para tanto, es una pesada, hay que pararla, solo dice boberías, que insolente, quién se cree que es). Es la cotidianidad de las mujeres que ocupamos espacios públicos (tradicionalmente reservados a los hombres) no como floreros, sino de forma activa-asertiva y como no pueden retrotraerse a épocas no muy lejanas de nuestra exclusión por cauces legales, lo hacen mediante prácticas de “tierra quemada”. Estas prácticas tienen como objetivo minar a las mujeres para dominarlas y se ejercen en parlamentos, universidades, en la calle, en púlpitos o reuniones, es decir en todo tipo de espacios y organizaciones. Su objetivo es claro (como lo es la represión política), silenciar a la víctima, minarla psicológicamente, para desempoderarla y así controlar su movilidad y sus ideas. Busca limitar y poner límites a las mujeres en esos espacios, silenciando su presencia “como estatuas de sal” y marcándonos lo que debe ser aceptable en nosotras “el deber ser, el deber hacer o decir”, en tiempos y formas que ellos determinen. Se trata del ejercicio desmedido del poder, mediante la fuerza de lo simbólico, lo dialéctico, y cuyo fin es la dominación y la reproducción del modelo, a través de lógicas de invisibilización, minimización y ridiculización. Es un tipo de violencia que en un Estado de Derecho constituye un flagrante atentado a nuestra libertad de expresión como derecho fundamental. Lo reconozco muy bien y tengo identificado sus estrategias y estrategas. A veces son hombres de traje y corbata, personas altamente cualificadas que están entre nosotros/as, incluso defensores de los derechos humanos de los kurdos, los tajinastes azules o las tortugas caribeñas. Pero más allá de esto, puesto que son ellos y sólo ellos los que tienen que cambiar estas prácticas y nosotras señalarlas, lo que más me indigna es la mayoría cómplice, esos que miran a otro lado y esas guardianas del patriarcado, que no ejercen la solidaridad con aquellas mujeres que se atreven a retar al patriarcado. Por ello es necesario publicitarlo, denunciarlo y sobre todo seguir ocupando los espacios que nos corresponden por derecho, eso sí, estableciendo estrategias de oposición y autodefensa en manada. Carpe Diem.

*Profesora-Investigadora de la ULL. Miembra del IUEM