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El cambio – Por Saray Encinoso

Algunos días antes de perder estrepitosamente las elecciones a la alcaldía de Madrid, Esperanza Aguirre reconoció que no tenía programa electoral. Para qué, si nadie se lo lee. Lo mismo pensó María Dolores de Cospedal en su Castilla: desperdiciar recursos no es algo que pueda permitirse una buena estadista. Hasta que aparecieron Podemos y Ciudadanos en el escenario político casi nadie se molestaba en echar un ojo a esas hojas de ruta que cada cuatro años escribían los políticos de siempre. Con los nuevos es distinto, no hay precedentes ni referentes, tanto para lo bueno como para lo malo. Los programas electorales de Ada Colau, en Barcelona, o de Manuela Carmena, en Madrid, sí merecen un estricto escrutinio. Estos días, muchos ciudadanos, algunos muy comprometidos y otros no, unos cuantos con formación y reputación, se han encargado de explicar por qué muchas medidas que pretenden llevar a cabo las ganadoras son inviables. Ha sido más fácil encontrar incongruencias en el programa de Colau. A fin de cuentas, hasta hace poco ella era una activista antidesahucios a la que la policía tenía que desalojar, y Carmena, en cambio, una jueza con una intensa carrera dedicada al servicio público. Poco o nada se ha dicho, sin embargo, de todos los programas del resto de formaciones-garrapata, esos partidos que no saben qué es estar en la oposición, que llevan décadas y décadas reproduciendo los mismos programas sin que nadie los fiscalice y afianzando el clientelismo; formaciones incapaces de hacer un mínimo ejercicio de autocrítica y que se niegan a salir de su zona de confort. Se esconden a años luz de una dura realidad que ayer volvió a ocupar titulares gracias a la última actualización de la encuesta de condiciones de vida. Sube el porcentaje de personas en riesgo de exclusión social en toda España y el número de familias con hijos que no tienen ingresos.

Seguramente el programa de Colau y el de Carmena incluyen medidas que se encontrarán con la barrera del Tribunal Constitucional -los desahucios, por ejemplo- o con los límites legales que tiene todo alcalde. No son las primeras ni serán las últimas en dejar cosas por hacer. Es curioso, no obstante, que algunos no quieran darse cuenta de que la mayoría de los ciudadanos sigue sin leerse los programas electorales, y que lo que ha cambiado es que han elegido a sus candidatos usando una única vara de medir: la de la decencia. De elites mediocres y de corruptos ya sabían demasiado.

@sarayencinoso