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Carmen Arozena – Por Luis Ortega

Entre la contagiosa amnesia institucional, tan común en el islario, gratifican las excepciones y Carmen Arozena (1917-1963) es, dentro de lo que cabe, una de ellas. Desde 1973, el Cabildo de La Palma mantiene un certamen internacional de grabado con su nombre y periódicamente -ahora con una muestra temporal- aparecen actividades y noticias relacionadas con su obra. Ahora en el antiguo convento de San Francisco -uno de los mejores espacios culturales de Canarias si estuviera libre de ocurrencias puntuales que lo han convertido en un cajón de sastre- se exponen, junto a los fondos insulares, las últimas donaciones familiares de la pintora y grabadora -óleos, estampas de distintos formato, cuadernos de apuntes, maquetas de esculturas, instrumentos de taller y algunas curiosidades- bajo el título Bocetos para retratar el alma. Se inició en la Escuela de Artes y Oficios de la capital y, con doce años, se trasladó con su familia a Madrid donde cursó Bellas Artes en la Escuela Superior de San Fernando; titulada en 1946, se especializó en todas las técnicas gráficas. Con una beca del Institut Français -dependiente de Asuntos Exteriores que, desde 1907, difundió su lengua y cultura- residió en París y aprendió en el reputado Atelier 17 las innovaciones de estampación logradas por dos maestros incuestionables: el judío polaco Józef Hecht (1891-1951), un genio del buril y de las labores del cobre, fundador de la Jeune Gravure Contemporaine y con presencia en los mejores museos y bibliotecas del mundo; y su más aventajado discípulo, el británico Stanley William Hayter (1901-1988), geólogo y químico por el King College londinense, titular del taller e inventor de un sistema de impresión simultánea de varios colores, mediante planchas de diversos relieves, tintas de diferente densidad y rodillos escalonados -la Técnica Hayter- a la que acudieron los plásticos más famosos de la Europa de entreguerras.

Con la importación de estos procedimientos a España, la artista palmera postergó su actividad pictórica y se dedicó en exclusividad a la obra gráfica -un medio eficaz para popularizar el arte al que se apuntaron los artistas de El Paso y Grupo 57- y alcanzó fama y prestigio que su temprana muerte le impidieron disfrutar. Con las obras premiadas de su concurso, sus trabajos y la posibilidad de adquirir estampas de Hecht y Hayter, entre otros, se contaría con un espléndido museo monográfico en un espacio propio. Pero hace falta que a la memoria se sumen iniciativas serias, naturalmente.