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Cathaysa, quédate

La obra de Luigi Stinga, en la Punta del Viento, ha generado gran acogida entre los vecinos, que quieren que se quede allí para siempre. | DA
La obra de Luigi Stinga, en la Punta del Viento, ha generado gran acogida entre los vecinos, que quieren que se quede allí para siempre. | DA

GABRIELA GULESSERIAN | Puerto de la Cruz

Lo mismo que hicieron durante el Renacimiento grandes artistas como Leonardo da Vinci, Gian Lorenzo Bernini o Miguel Ángel, construir obras efímeras para las fiestas y eventos de la época para ser luego destruidas, es lo que hizo el artista, también de origen italiano, Luigi Stinga la semana pasada en el marco del Festival Internacional de Arte en la Calle (Mueca), que cada año atrae a miles de visitantes al municipio de Puerto de la Cruz.

Sin embargo, nunca pensó que su escultura, una sirena que canta al mar y que permanece desde hace una semana en la Punta del Viento, al inicio del Paseo de San Telmo, iba a generar tanta expectación entre los vecinos, quienes se niegan a que desaparezca. Al día siguiente de su creación ya estaba bautizada como Cathaysa, nombre que eligieron a través de las redes sociales y pedían un indulto para evitar que fuera quemada.

El pintor y escultor no imaginó que su sirena, con la que quiso homenajear a la costa y al océano, iba a tener tanto éxito. Este fue el primer año que Luigi participó en Mueca. El proyecto que presentó al área de Cultura del Ayuntamiento nada tenía que ver con lo que finalmente hizo. Tampoco el lugar que inicialmente había pensado. Quizás por eso al principio, cuando le propusieron la Punta del Viento y le dieron carta blanca para hacer lo que quisiera, estaba un poco reticente. Todo cambió cuando llegó al lugar. También para los portuenses cuando vieron esta escultura de madera integrada en el paisaje, y quieren seguir disfrutando de ella siempre.

Un deseo imposible
Un deseo que es imposible, explica el artista, dado que se trata de arte efímero y ha nacido para perdurar en los recuerdos y por eso debe ser destruido. Porque además, añade, la obra está confeccionada con madera reciclada, que se estropea fácilmente, y clavos, y por seguridad no puede estar allí mucho tiempo, después hay que quemarla. Sin embargo, la presión ciudadana ha logrado que Cathaysa se quede un tiempo más en San Telmo y desaparezca la noche de San Juan, en un sitio que a su juicio es el adecuado, el dique que está por fuera de El Castillo, al lado de Playa Jardín, un entorno en el que se concentran todos los actos de esta mítica celebración. No se puede quemar en la playa porque existe el riesgo de que se queden clavos en la arena, según apunta el artista.

Stinga cree que lo sucedido con su escultura se debe en gran parte a que la gente vio y participó en el proceso creativo. “Se acercaban dos o tres veces al día para comprobar su evolución”, relata. Estuvo los cuatro días de Mueca, y aunque el sábado prácticamente estaba terminada, dejó unos pequeños detalles para el domingo. “Valió la pena estar trabajando al sol entre 10 y 12 horas diarias”, dice.

La alcaldesa, Sandra Rodríguez, le propuso crear una figura emblemática y colocarla en un lugar simbólico de la ciudad, por lo que estudia varias opciones con diferentes presupuestos. Su idea es presentar el próximo mes alguna iniciativa concreta.

Este escultor nacido en Sorrento confecciona desde hace varios años con un grupo de amigos elementos efímeros para arrojarlos a las llamas la noche de San Juan. “La reunión para realizarlos es la verdadera fiesta, terminada la obra solo durará unas horas, y terminará en las llamas de una hoguera propiciatoria, pero quedará el recuerdo del momento”, sostiene.

Cathaysa también nació con este concepto. Pero los portuenses no se resignan a que se vaya. Al menos por ahora.