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Un error – Por Saray Encinoso

No era la primera vez que la confundían con la ministra y, probablemente, tampoco será la última. El domingo pasado este periódico publicó en la contraportada una foto de la periodista Ana Pastor donde tenía que haber ido una de la ministra que lleva el mismo nombre. Se debió a un fallo técnico, pero más allá de las excusas y de las explicaciones, que unos creerán y otros no, lo inaudito fue -para los que nos gusta seguir sorprendiéndonos a pesar de vivir en un mundo de turbas digitales- la reacción que generó la metedura de pata en las redes sociales. Equivocarse es frecuente y excusable, pero cuando se hace en un medio de comunicación el efecto es pernicioso: el alcance es tan grande como la difusión que se haga a golpe de pulsar el botón de retuitear o el de compartir. Es decir, no es lo mismo errar a puerta cerrada que hacerlo ante los ojos de cualquiera.

La anécdota -las hemerotecas están plagadas de meteduras de pata mucho peores- sirvió para que se abriera otro debate más sobre el estado del periodismo y la precarización que han sufrido las redacciones desde que empezó la crisis. Las cifras son devastadoras: miles de periodistas se han quedado sin trabajo en todo el país. En Canarias, una comunidad poco lectora pero que llegó a tener cuatro diarios en una sola provincia, la desaparición de empleos ha sido espeluznante. El recorte del número de profesionales afecta a la calidad, decir lo contrario sería mentir. Los errores, sin embargo, siempre han existido: ahora, en 2007 y mucho antes de que comenzara cualquier otra crisis que recordemos. La precariedad -que no afecta solo al periodismo- no es una excusa que podamos usar siempre que hacemos las cosas mal. Seguirá ocurriendo y seguiremos intentando que no pase más. La periodista Leila Guerriero se sorprende siempre que en España le preguntan por el efecto de la crisis en la profesión. Ella viene de un lugar del planeta -Latinoamérica- donde estar en crisis es casi un modo de vida. Aún así, los periodistas siguen haciendo su trabajo, y a veces mejor que los que viven en la opulencia. Deberíamos averiguar qué estamos haciendo mal y, a pesar de la crisis, podríamos hacer mejor; analizar por qué la penuria de la sociedad nutre el descrédito hacia la prensa. Las pifias anecdóticas pueden arrancarnos una risa, faltaría más, pero la calidad del periodismo no se mide en lapsus, memorísticos o técnicos, que se pueden cometer cuando un periodista lleva trabajando doce horas o solo dos.

@sarayencinoso