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Facebook y las florecillas – Por Teresa Cárdenes

Quién te iba a decir a ti, mujer mortalmente aburrida entre las cuatro paredes de tu alcoba, varón tímido incapaz de mirar a los ojos durante más de tres segundos a cualquier señora, que Facebook cambiaría tu vida hasta hacer de ti un sujeto de personalidad múltiple. Es exactamente lo que piensa Carolina cada vez que enciende el ordenador, teclea las claves de acceso a la red social y descubre, oh terror, un inagotable ejército de sujetos asomándose y dejando huella sin recato alguno en su buzón de mensajes. Carolina jamás se lo perdonará a Mark Zuckerberg. A ver, Zuckerberg: una cosa es hacerte mega millonario a costa del inagotable narcisismo ajeno y otra distinta dar ideas para que la pantalla de tu ordenador se convierta en una especie de desarretada, incansable y pelmaza Celestina intentando acampar en tu salón.

Veamos. Carolina se abrió un día un perfil de Facebook como quien se sienta en el banco de un parque con la firme voluntad de ver crecer un árbol. Es decir, a lo tonto. Por extremo aburrimiento. Claro, sin poder imaginar jamás que aquel inocente recipiente de gráficos blancos y azules, los colores que le ponen a las redes sociales para que soportes horas enteras de bombardeo virtual, pronto adquiriría vida propia. “Facebook te ayuda a comunicarte y compartir con las personas que forman parte de tu vida…”. Ajá. Carolina ya empezó a mosquearse desde el minuto uno. Más o menos desde el momento en que su buzón de mensajes empezó a rebosar florecillas, rosas rojas por unidad o en formato ramo entero, gifts con sonrisitas en movimiento, corazones atravesados y dibujitos varios de gente a la que no tenía el gusto de conocer absolutamente de nada. A lo que pronto se sumaron los toques, cuyo sentido profundo es todavía un gran misterio cibernético para la humanidad. Que te den un toque en Facebook viene a ser como cuando en un bar se te aproxima el típico plasta a arruinarte ese preciso momento en que tú escuchabas tan tranquila tu canción favorita de Coldplay. Con la sustancial diferencia de que no existe pista verosímil ni prueba tangible alguna sobre el aspecto físico y el coeficiente intelectual del autor. Más allá, claro está, del toque mismo: y muy listo no eres, concluye siempre Carolina, si piensas que alguien picará, reaccionará o caerá a tus pies por hacer clic en semejante absurdo.

Pero en Facebook, todo lo que puede empeorar, empeora sin remedio. Así que Carolina se ha abierto en el escritorio una carpeta para documentar el extenso catálogo de extravagancias que se puede llegar a escribir en el intento de tontear en el gran imperio Zuckerberg. Vamos a ver, eres una persona corriente, con una inteligencia media, uno de esos “seres humanos normales”, que diría Rajoy… Pero, ¿exactamente a dónde quieres ir a parar escribiendo en el buzón de alguien cosas como ola k tal wapa, ¡eyyyyy…!, o, ya en plan Becquer total, “amiga te mando muchísima luz a tu corazón” o “eres una mujer tan linda y bonita…”? ¿Eeeehhh…? ¿En serio? Y sobre todo, ¿tú no comprendes que te van a detestar, en formato odio africano, a la vigesimoquinta vez que le mandes a alguien una invitación para jugar a Candy Crush Soda o Heroes Farm Saga si no juega, no le gusta y además te lo ha dicho veinte veces? Todo esto merecerá algún día una tesis sociológica, cuando alguien le eche unas horas al intento de descubrir exactamente cuántas horas de uso intensivo de Facebook son necesarias para convertirte en un idiota.

Entre tanto, Carolina alimenta en su escritorio un segundo archivo en el que, con la misma paciencia con que le gusta ver crecer los árboles en el parque, anota los culebrones que descubre en la red social: separados que se espían hasta el límite de la patología, novios que rebuscan compulsivamente en la lista de amigos de su pareja, esposas que rastrean los me gusta de su Manolo y, ya en el colmo de la sofisticación, maridos al acecho de supuestas infidelidades por la vía de vigilar los emoticonos que usa su querida costilla… ¡Los emoticonos, esa prueba irrefutable! Y así horas y horas de inenarrable enriquecimiento vital… Facebook te ayuda a comunicarte, ¿recuerdas? Con el universo mundo. También con el gen babieca que todos llevamos dentro. ¿Buscas novia? Pues apúntate y hagamos de ella la red para babiecas exigentes.