domingo cristiano>

Que no ganen los sinvergüenzas – Por Carmelo J. Pérez Hernández

Dentro de siete días estaremos votando. Yo, al menos, lo haré. E invito a todos a que lo hagan. No precisamente porque me fascine el escenario político actual. De hecho, si no se confundiera con una insolencia, diría que padecemos un periodo histórico en el que la cosa política da asco. Pero no lo diré, no sea que me acusen de simplón y de que generalizo en exceso. Aunque yo creo que no ando tan desencaminado. Y ya que estoy, sigo: opino que no nos merecemos una clase política de tan bajo nivel humano e intelectual. Y diría que el grado y el número de chorizos encaramados a la poltrona política es tan preocupante que, por salud democrática, la mayor parte de los ahora practicantes deberían dejar paso a los nuevos cachorros o hacer confesión pública y penitencia por sus tropelías. Lo que sea con tal de ayudar a recobrar la fe en lo público, que es un valor que está por encima del bien individual de quien pudiera verse señalado. Por si alzaran la cabecita más de la cuenta los que no se han visto marcados por la imputación -ahora llamada investigación- aclararé que no pienso que todos los políticos son culpables, pero afirmo que la inmensa mayoría conoce perfectamente qué se cuece en su partido. Y eso es ser cómplice. No me vengan con presunciones positivas ni gaitas semejantes: todos saben quiénes roban en su grupo, quiénes pasan el cepillo entre los empresarios, quiénes derrochan el dinero. Es tema de conversación en las esquinas y en las sobremesas. Otra cosa es que alguien levante la liebre, no sea que peligre la corona que sueña para su cabeza. Y así y todo, yo pido que vayamos a votar el próximo domingo. De hecho, para los cristianos es una obligación moral hacerlo. Lo único que explica que los sinvergüenzas hayan llegado tan lejos es aquello de la ranita: si se la mete en un caldero de agua fría que se va calentando muy poco a poco, el bicho terminará cocinado sin darse cuenta. El poco a poco es el instrumento de los bribones, que a fuego lento han cocinado un ambiente social irrespirable a causa de sus jugarretas. Pero no. Es el momento de los hombres y mujeres de bien. Votando daremos lecciones, expresaremos lo que sentimos y lo que queremos. Si no votamos, los aprovechados habrán ganado la batalla. O peor aún, los iluminados, que son todavía más peligrosos, comenzarán un juego nuevo. No votar es dimitir de la sociedad. Y eso no podemos permitírnoslo los creyentes en Cristo. El voto es sólo un signo más -uno importante- de nuestro compromiso. Sabemos que todo esto amainará con nuestra ayuda. Que ahora, más que antes y casi más que nunca, es precisa nuestra fe en la limpieza y en el servicio, en el apoyo a quienes más sufren. Votamos para levantar al caído, para sostener al que ya se tambalea. Dios nos hizo el encargo de seguir esperando en el mundo y en los hombres. Y en eso estamos. Y a los que han violado la fe en el mañana, forzándola contra la esquina de cualquier apaño siniestro, a esos que matan el futuro, que el peso de los votos los condene a la insignificancia. Al menos habrá que intentarlo.

@karmelojph