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Inmigración – Por Leopoldo Fernández

Anda estos días la Europa comunitaria demostrando que en algunos asuntos fundamentales cada país hace la guerra por su cuenta, y además de modo inmisericorde. Mucho unificar políticas, generalizar medidas o imponer criterios unívocos; a la hora de la verdad, cada país tira por su lado y trata de salvar sus propios intereses, no los del conjunto de la Unión. Pasa con la inmigración, que tan especialmente afecta ahora a Italia -como lo hizo hace unos años con Canarias y la España del sur peninsular-, porque miles y miles de africanos se dirigen hacia ese país en embarcaciones envejecidas o de pura chatarra -unos 150.000 fueron contabilizados el pasado año y más de 40.000 en lo que va de 2015- huyendo de las guerras de Libia, Siria y el Sahel o del hambre, la miseria y la desesperación que anidan en tantos y tantos lugares del vecino continente. Mientras la Europa del Acuerdo de Schengen se afana por controlar en lo posible la inmigración irregular y ofrecer un trato humanitario a los refugiados, evitando además la proliferación de mafias y los naufragios, algunos países se oponen al reparto solidario de esfuerzos y de cuotas de inmigrantes en función de diversos criterios objetivos: población, PIB, historial de acogida, etc. También ponen pegas a eso de vigilar más y mejor el Mediterráneo a través de la agencia Frontex y de combatir a las mafias en origen, bombardeando incluso sus barcos -por supuesto, con permiso de la ONU y del Gobierno libio- antes de que recojan a los confiados inmigrantes.

En realidad, Italia sigue cargando, prácticamente en soledad, con los efectos de esta inmigración, en tanto el Reino Unido, que tiene el poder de controlar unilateralmente sus fronteras ya que no pertenece al mentado Acuerdo de Schengen, acaba de anunciar que se propone confiscar el salario recibido por los inmigrantes ilegales, detener y juzgar a los caseros y empresarios que los acojan e incluso expulsar del país a los no documentados, sin posibilidad de que ni siquiera puedan presentar recurso judicial. He traído a colación estos dos ejemplos, dos contrapuntos del problema inmigratorio irregular, enquistado en el mundo desarrollado, para el que falta visión de futuro -conocer y combatir sus causas-, diálogo, colaboración, generosidad y sentido de la justicia.