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Jesús Hermida – Por Luis Ortega

Inventó y representó un estilo de hacer televisión cuando en España sólo existía la pública; fue corresponsal en Nueva York y su nombre quedó unido para siempre a la efeméride principal del siglo XX, la llegada del hombre a la Luna, que contó a los azorados espectadores españoles a su modo y manera, con una liturgia tan solemne como la utilizada por el comandante Neil Armstrong mientras descendía del módulo Eagle hasta el llamado Mar de la Tranquilidad: “Este es un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la humanidad”. Ocurrió el 20 de julio de 1969, a las 2.56 (hora internacional y pasadas las ocho de la noche en Canarias) y, en el barrio de San Sebastián, donde vivía entonces, el vecindario trasnochó por la noticia y, como en cualquier parte, aún hasta hoy, salieron los descreídos con las negaciones o dudas. Se había cumplido el anuncio del asesinado John F. Kennedy y, antes de finalizar la década, los Estados Unidos se anotaron su mayor éxito en la Guerra Fría. Resulta complicado separar al periodista onubense Jesús Hermida Pineda (1937-2015) de la noticia de su vida, de la noticia de nuestras vidas. Después de narrar el esplendor y el ocaso, la pasión y el paulatino e irreversible desapego de la gente por la aventura espacial, regresó a Madrid después de diez años y, como personal de plantilla, ideó, guionizó, presentó y dirigió programas para TVE; telediarios, debates, informativos semanales, entrevistas de actualidad, magazines, musicales y, con todos estos géneros unidos, condujo largas sesiones de mañana y tarde, con una audiencia millonaria y una legión de colaboradores “al primer tiempo de saludo”, contagiados de su entusiasmo por el medio y, lo peor para ellos, de las irrepetibles formas del solvente director al que el que más, la que menos, todos quisieron remedar. Trabajó para la radio (cuando ésta estaba sanamente personalizada por las voces de los protagonistas ) y volvió (siempre que lo llamaron o hicieron hueco volvió) hasta que aparecieron las privadas, con gordos presupuestos para competir en el mercado y, desde su nacimiento, con la inexcusable dictadura del share frente a las exigencias de calidad. A pesar de sus comienzos en el periodismo escrito (fue redactor-jefe del recordado Informaciones) y sus andanzas radiofónicas, su imagen enjuta y cordial quedará en la historia de la televisión, cuya Academia -sin título de real- fundó y presidió en sus comienzos.