sobre el volcán >

Jugando con fuego – Por David Sanz

Desde que Transvulcania se convirtió en una prueba de éxito deportivo y social, empezó la distorsión política que tiende a enmerdar todo lo que funciona si no se tiene el protagonismo. Sobre una de las contadas cosas que se han hecho bien en la isla de La Palma en la última década, han descargado toneladas de mala leche, basura y porquería una serie de hooligans dispuestos a embarrar el prestigio de una carrera que en siete años se ha convertido en toda una leyenda con tal de hacer daño al rival del partido político. Lo sufrió Julio Cabrera, cuando era responsable de esta prueba, y le ha pasado a Mariano Hernández también. Como son seres humanos, uno y otro habrán tenido fallos, achacables a ellos o a sus respectivos equipos, pero la insidia y la mala fe con la que se les ha criticado es un ejercicio miserable y, sobre todo, peligroso porque atañe a los intereses de una isla que no está precisamente sobrada de revulsivos de un impacto de esta magnitud. Esto no está reñido con que haya crítica razonada cuando hay fallos y que ayude a mejorar la prueba y su gestión. Pero entre la crítica fundamentada y la jauría de lobos que se forma cada vez que se celebra una Transvulcania hay una gran diferencia. Lo digo ahora, lo dije hace unos años y lo seguiré diciendo cuando sea otro quien esté al frente de la prueba. Con la Transvulcania, como con las cosas del comer, no se juega. La Palma ha demostrado que es capaz de organizar con mucha solvencia una prueba deportiva de máximo nivel. Mientras aquí unos y otros se dan mamporrazos, en otros lugares no tan lejanos se frotan las manos porque de seguir esa deriva, más pronto que tarde, caerá y la podrán recuperar en otro lugar (y si no me creen, vean algunas informaciones, por llamarlas de alguna manera, de esta última Transvulcania de dónde han venido). Entonces llegará el lamento.