¿La vida sigue igual?

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LOLA SERRANO-NIZA

Dice mi tía que ya no quiere ser amiga mía en Facebook. Que mi muro es de un activismo feminista que no va a ningún lado. Que debería hacer lo que todo el mundo: poner fotos de vacaciones y compartir vídeos y eslóganes graciosos o, en su defecto, contar mi vida en forma de: aquí comida con mis amigas, aquí mi conferencia de ayer, aquí contando la anécdota vivida en no sé dónde, aquí mi escapadita de fin de semana. “Hija, que las cosas no van a cambiar como tú piensas solo porque llenes ese muro de reivindicaciones. Ya, ya te darás cuenta, ya. El mundo sigue igual que siempre y ni tu ni nadie lo va a cambiar y menos con tanto feminismo”.

¿Sigue igual este mundo, tía? Te imagino situándote en la trastienda del voraz patriarcado de tu juventud de posguerra para conseguir tus objetivos de independencia, te imagino protestar amargamente hasta las lágrimas porque no podías abrir tu propia cuenta en el banco sin la firma de un padre o un marido, te recuerdo desde mis pocos, mis poquísimos años, cómo nos alentabas a la nueva generación de mujeres de la familia, hijas y sobrinas, a tener una profesión, mantener nuestra identidad, a defender nuestra igualdad.

Desde esa perspectiva, el activismo que se percibe en mi muro de Facebook no es más que un aspecto más del activismo que enarbolo en mi vida cotidiana, tanto en la pública como en la privada. Porque mi activismo, sepan ustedes, nace de la creencia absoluta de que los gestos pequeños y continuos cambian la realidad. Que el cambio es lento, no es discutible. Que el avance desigual, tampoco. A veces, grandes y, a veces, muy pequeños cambios van diseñando un nuevo panorama. Y si no, cuándo habíamos visto en este país que las mujeres se unieran a los hombres en la lucha por la igualdad y cuándo habríamos imaginado asociaciones como la fundada en 2011 por Argelio González Rodríguez, Antonio Gutiérrez Pérez, José Cabrera Pérez, Antonio Padrón, Carlos Savoie Pérez y otros compañeros con el nombre de Asociación de Hombres de Canarias por la Igualdad.

Es más, incluso mirando a países que podríamos considerar menos avanzados que el nuestro, las mujeres han ido tomando conciencia de sí mismas, de que son algo más que un bien mueble. Y es precisamente de esa nueva conciencia, de esa reciente concepción, de ese mirarse como personas con derechos, desde donde surge la lucha y, también, la impotencia. De esa estrenada aspiración -muy a pesar de lo que nos habían dicho: “niña, esto no es para ti”-surgen las pioneras, las mujeres desobedientes que aquí se matricularon en carreras universitarias reservadas para los hombres y allá se quitaron el velo para salir a la calle.

¿Sigues pensando que la vida sigue igual? ¿Sigues pensando que nada ha cambiado ni cambiará? Si fuera así, si no fuese por estos cambios convulsos, no nos matarían, pienso desde lo más profundo de mi tristeza. No tendríamos que seguir suplicando por tener unos derechos que en justicia ya eran nuestros y de los que, simplemente, nos despojaron.

Ahora, si quieres, te doy de baja de mis amigos de Facebook pero te propongo un trato: quédate y contempla mi muro como fruto de tu propio esfuerzo, porque mi generación le debe a la tuya el coraje y la tenacidad para cambiar las cosas. Porque cada generación aporta al cambio nuevas actitudes, nuevas propuestas y aun sintiendo por momentos esa desesperación porque las cosas no cambian al ritmo que quisiéramos, aun preguntándonos si sirve para algo cada lucha particular, tenemos que preguntarnos cada día si de verdad la vida sigue igual o esto solo era el estribillo de una vieja canción.