La semana pasada celebramos el Día Internacional de la Prensa con poco que justifique un brindis, pues son escasos los países donde los periodistas no corren riesgo (24 asesinados y unos 400 agredidos y amenazados solo en Latinoamérica en 2014), censura, exilio, asedio gubernamental a las empresas, o son reemplazados por militantes oficialistas. Falsos mensajeros. Nadie escapa a estos intentos de control sobre lo que, como profesionales, debemos informar al ciudadano. Incluidos los que trabajamos en una España cuyo Gobierno sugirió un proyecto para sancionar a quienes informaran el contenido de sumarios judiciales, acercándose así, peligrosamente, a una Venezuela que hasta impide informar cifras de delincuencia común; una Ecuador que los persigue judicial y económicamente; o una Argentina que prohíbe difundir estadísticas privadas de inflación. País, este último, que ha “rizado el rizo”. Alguna vez modelo de profesionalización universitaria o “fogueados” en la calle, ha ampliado la de los falsos mensajeros que egresan de la pseudo Universidad de Madres de Plaza de Mayo, con la oferta de su fuerza de choque -La Cámpora- de graduarse de periodista “militante y kirchnerista” en ¡cuatro meses!
(www.periodicotribuna.com.ar), permitiendo así comprender tanta desesperación por desmembrar el Grupo Clarín y quienes conducirán los “medios recuperados para el pueblo”, según la presidenta Cristina Kirchner, afín a hablar por horas en programas de difusión obligatoria, copiando en ambas estrategias al extinto primer mandatario venezolano Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, entre otros. Ante tanto falso mensajero sería para preguntarse si, además de vivir en peligro como los colegas latinoamericanos, valió la pena quemarse pestañas por años en universidades, o foguearse en la calle, sino fuere porque los verdaderos profesionales tenemos ética, vocación, autocrítica, y la convicción de que los políticos pasan y el ciudadano pervive. Único juez de nuestro trabajo.
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