ahora en serio

Lo último que se pierde – Por Ana Martín

No crean que no me causa cierta desazón tener que escribir, de nuevo, sobre doña Esperanza Aguirre Gil de Biedma. La última vez, hace pocas semanas, ya advertía yo de que la boutade de quitar a los pobres de las calles para no ahuyentar el turismo no iba a ser el último disparate que la oyéramos pronunciar. Y créanme que siento no haberme equivocado. La colección posterior de despropósitos fue in crescendo. Las declaraciones sobre la filtración de sus ingresos y la confesión de que no tenía programa electoral, a un día de los comicios “porque eso nadie se lo lee”, calentaron una campaña dominada, como de costumbre, por su arrogancia y prepotencia, que tan bien suele vestir de desparpajo y naturalidad. Pero esta vez no coló. Aprovechar la cercanía de San Isidro para volver a vestirse de chulapa y marcarse un chotis en un ladrillo no valió un níquel. La imagen, el mismo día de las elecciones, de Pecas, su perro, negándose a moverse y siendo arrastrado de su cadena por la lideresa, calle abajo, ya presagiaba algo malo. Ya saben, el proverbial y atávico instinto de los animales. Esperanza no puso asunto a Pecas, ni a las encuestas, ni a su olfato, si es que alguna vez lo tuvo, ni a nadie. Y el 24 se cuajó lo que ya no era un susurro, sino un clamor en las esquinas de Madrid: Manuela alcaldesa.

Carmena debe representar todo lo que Aguirre odia, aunque una no acierte a entender bien por qué. Tiene una carrera admirable en lo judicial y en lo social, parece más sensata y prudente que sus predecesores, tiene pedigrí de izquierdas (y no ese barniz impostado que me hace sentir tan lejana de los podemitas) y tiene lo que hay que tener, esté uno más o menos de acuerdo con su programa.

No debemos olvidar que el grito de la sociedad que cristalizó en el 15M se fraguó en Madrid, a un paseo del consistorio, porque el malestar en la capital era cada vez más creciente y porque el Partido Popular, encarnado en Gallardón, Botella, la propia Aguirre y después en González, estaba más preocupado privatizando cosas, perdiendo candidaturas olímpicas y malgestionando crisis, que escuchando a la ciudadanía.

Y así se fue construyendo Aguirre, error tras error, su propia torre, desde la que ha mirado, en todo este tiempo, con desprecio, a cualquiera que no fuera ella, incluido su partido casi al completo al que, desde la almena, ha arrojado rayos letales cuando no toniques de tamaño regular.

Yo no sabría decir en qué momento se jodió el Perú, como el Zavalita de Vargas Llosa.

O, para ser más exactos, no sabría decir en qué infausto día Aguirre pasó de ser la ministra de cultura inculta, aparentemente inocua y naif, carne y musa de shows televisivos, a convertirse en una implacable apisonadora que, de la mano de los necesarios palmeros, fulminaba todo aquello que no le venía bien a sus intereses. El PP en Madrid era Aguirre. Y a pique estuvo Rajoy de convertirse en Aguirre (o Aguirre en Rajoy, nunca lo sabré bien). Así que de aquellos polvos prepotentes, estos lodos pegajosos. El marrón que se le viene a Aguirre encima es bonito de ver. Su reacción, no tanto.

Hasta el momento de escribir este artículo, la ex presidenta ha pasado por varios estados. Imaginamos que el llorar, el crujir de dientes y el maldecir lo habrá dejado para la esfera de lo privado. En público ha hecho algo mucho peor y menos perdonable que esa asumible debilidad humana: ha esgrimido y agitado el miedo. Ha pintado a una Carmena con cuernos y rabo, que va a venir, ella sola, a desestabilizar la democracia occidental, a crear soviets en los distritos (¿soviets, en serio?) y a comer niños crudos.

Ese lenguaje guerracivilista y obsceno no es perdonable, siquiera en su actual estado de desesperación. Pero es que hay más: Aguirre, en la misma comparecencia, pidió a Carmona (con o), candidato del PSOE, formar gobierno porque su programa (¿eh?) es muy similar, casi idéntico al de los socialistas, y porque solo yendo de la mano van a salvar los pilares de la civilización tal y como la conocemos.

Los socialistas, que parecen estar menos desesperados y que no se van a suicidar de cara a las elecciones generales, le han dicho, vía Twitter, que nones. Y el penúltimo acto, que es en el que estamos al cierre de este artículo, es el reflejo de cómo la soberbia, la ira y algún otro pecado capital, en fin, pueden conseguir que una persona aparentemente normal se comporte de manera errática. Tanto, que movería a lástima si no fuera porque eso, ya, es imposible.

Aguirre, in extremis, ha pedido un gobierno de concentración en el que también se incluya a Ahora Madrid, incluso con su demoníaca Carmena al frente, si renuncian a aspectos de su programa, (los famosos soviets) que, de hecho, no están por ninguna parte en un documento que Aguirre ha confesado no haberse leído. Y luego lo ha negado todo vía Facebook. En este estado loquérrimo están las cosas hoy. Pero hasta que se publique este artículo puede pasar lo inimaginable.

Porque, ya todo perdido, doña Esperanza, genio y figura, no ha comprendido, ni va a entender nunca que es la dignidad lo último que se pierde.

@anamartincoello