DOMINGO CRISTIANO >

La mujer vestida de monja – Por Carmelo J. Pérez Hernández

La primera vez que pisé el Obispado como responsable de la Oficina de Prensa, alguien me aconsejó: “El truco es no decir nada cuando los periodistas te pregunten. Ya se cansarán de llamar”. Al parecer, ésa era la norma, no en nuestra Diócesis, sino en infinidad de organismos públicos. Luego estudié en Periodismo que tal estrategia -equivocada, por supuesto- se basa en la certeza de que temas nuevos desplazarán al olvido a los conflictivos. Nunca he hice caso al venerable consejo y mi obispo en aquel momento me hizo el encargo de contar la verdad siempre, sin excepciones. Tampoco haré caso ahora a quienes me aconsejan no escribir de la monja Lucía Caram, a la que llamo desde hace tiempo “una señora que se viste de hábito”. Evitar el tema no conduciría a nada: el paso del tiempo no arregla nada, sólo sirve para enquistar lo que no ha sido tratado o resuelto.

Ahora soy poco de condenar o de escandalizarme. Pero esta vez creo que hay motivos suficientes para comprender el sincero desasosiego de muchos al ver a esta señora insultado -sí, insultando- a los que ella decide que son casta y opresores; tomando partido por formaciones políticas y hasta deportivas que dejan al margen a gran cantidad de personas de diferente sensibilidad; desmintiendo a la Iglesia; erigiéndose en la nueva alumbrada que en nombre de Dios viene a rescatar a los pobres y tantas otras mamarrachadas a las que asistimos en directo desde que la tal Lucía ha plantado la celda de su convento en un plató de televisión. Porque de clausura es la mencionada.

Que hacen falta más como ella, monjas que hagan verdadera opción por los pobres, dicen muchos. Y digo yo: pobre era Teresa de Calcuta y pobres son sus hijas, que no tienen nada. La tal Lucía vive (poco, pero vive) en un convento recio y dotado de todas las comodidades del mundo moderno, como debe ser. Y si se enferma, el seguro privado de su comunidad ya se encargará de que tenga acceso a todas las técnicas diagnósticas y curativas que necesite. Cuesten lo que cuesten. Pobres son lo que no tienen que comer, circunstancia que esta señora no conoce ni de lejos. Y comprometido está quien comparte el negro horizonte y el día a día de quien sufre, no la que predica la pobreza mientras vive entre focos y cámaras ensalzándose a sí misma. ¿He malgastado este espacio por no hablar hoy de Pentecostés? Yo creo que no. Creo que es el Espíritu de Dios el que, desde aquel día primero de la semana, nos trabaja por dentro para dar consistencia a nuestra vida, para convertirnos en mucho más que un escaparate. Es él quien hace de nosotros algo más que un producto, un andamiaje vacío, un repetidor de soniquetes aburridos y desgastados por el paso del tiempo.

Es el Espíritu el que consigue que no nos cansemos de Dios, el que nos impulsa a buscar su rostro y nos enseña a descansar en él. El que nos pone en marcha para compartir la suerte del que ya se dobla. Cansarse de Dios… no imagino peor drama para un consagrado. Para cualquier creyente, en realidad.
@karmelojph