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Los olvidados – Por Ana Martín

En este mundo -dice una muy querida y sensata amiga- están los burros cargados y están los que cargan el burro”. Y cuando una se sabe parte de los primeros, es normal que se sienta atraída por aquellos que trabajan en la sombra, resignados a no esperar reconocimientos, por más que se maten, por más brillantes que sean, por horas o amor que le pongan a lo que hacen. Quizás esperando, en secreto, que alguien los descubra o los aliente. Solo que eso nunca llega. Así van los señoríos derechos a se acabar y consumir, que dijo, más o menos, Manrique, y así pasan por la vida, con más pena que gloria, mentes privilegiadas. Hombres y mujeres únicos que, sin embargo, no llegan a vivir en los libros de historia sino que, con frecuencia, teniéndolo todo para triunfar, transitan existencias miserables y desgraciadas, mientras se lucran otros con el fruto de su trabajo. A algunos, el tiempo, que a veces se porta con fundamento, les ha devuelto ese brillo que merecían, aunque ellos ya no puedan saberlo. Así sucede con el serbio Nicola Tesla, a quien un espabilado Guglielmo Marconi arrebató la gloria de ser el inventor de la radio pasando, incomprensiblemente, a la posteridad por este motivo y obteniendo el Nobel por ello, aún después de que los tribunales dieran la razón al primero, que había registrado su patente muchos años antes. Tesla, para perpetuar la leyenda, murió pobre como una rata, a pesar de haber inventado o descubierto, entre otros cientos de cosas, la corriente alterna, el motor asíncrono, el campo magnético rotativo o la tecnología inalámbrica, sin la que hoy no sabemos vivir. Ahí es nada. También ostenta, por cierto, el título de haber sido estafado por Thomas Alva Edison, que le dio trabajo, pero nunca le pagó lo acordado. Aunque la venganza -no premeditada- de Tesla fue demostrar que la corriente alterna era mucho más útil que la continua, el gran logro de Edison. El caso de Alan Turing, ahora (mal) rescatado por el biopic The Imitation Game, es aún más descorazonador. Turing destacó en tantas disciplinas que sería muy difícil encontrar hoy, en el campo de las ciencias, una figura a su altura. Su némesis fue la máquina Enigma, una de las armas más preciadas del ejército alemán durante la II Guerra Mundial, que escondía un sistema de cifrado que convertía las letras pulsadas en otras diferentes, con múltiples combinaciones. Pero Turing encontró la fórmula para leer ese código en tiempo récord. Y para ello contó con la ayuda de otras olvidadas: las llamadas WREN, Women’s Royal Naval Service, miles de mujeres que trabajaron contrarreloj para ese fin. Pero volvamos al genio. Matemático, lógico, científico de la computación, precursor de la informática moderna, criptógrafo, filósofo, corredor de maratones. Y homosexual. Un detalle sin importancia, irrelevante, de no ser porque fue, básicamente, lo que le negó la más que merecida fama. Y todo por un episodio tan absurdo y desafortunado como que uno de sus amantes metió a un ladrón en su casa y Turing, que denunció los hechos, tuvo que dar explicaciones a la policía, dejando así al descubierto algo que era delito en la Inglaterra de la época. Acusado formalmente, hubo de elegir entre la cárcel o la castración química. Ésta lo redujo a un ser triste, hormonado e hinchado que, antes de morir mordiendo una manzana envenenada, escribió, amargamente, este silogismo: “Turing cree que las máquinas piensan. Turing se acuesta con hombres. Luego, las máquinas no piensan”. Los hombres, máquinas imperfectas, con frecuencia tampoco piensan cuánto daño pueden hacer los prejuicios. Y, por eso, hace menos de dos años que la reina Isabel II exoneró a Turing y “limpió” públicamente la imagen de un individuo cuya sola existencia ayudó a hacer mejor el mundo. Y así, cientos, miles de ejemplos. Como Lise Meitner, madre de la energía nuclear, por cuyos descubrimientos dieron el Nobel a su colega Otto Hahn, Susan Kare, pionera del pixel art, sin la cual no existirían los emoticonos, Lee Krasner, la artista plástica injustamente ninguneada por ser la mujer de Jason Pollock… Hombres y mujeres que han sido los burros cargados de la Historia. Los colaboradores necesarios que han dejado el camino expedito para que otros brillen. Los injustamente tratados por ser mujeres, maricas, judíos, negros, raros, tímidos, poco ambiciosos, frikis, inadaptados. Los olvidados.
@anamartincoello