Después del paréntesis >

Ortografía – Por Domingo Luis Hernández

La noticia pasará por pintoresca, pero no lo es: resume la esencia misma del sistema de enseñanza que, de unos años a esta parte, este país llamado España se ha concedido: no saber leer se arrima como un clavo ardiendo al no saber escribir. O lo que es lo mismo: la lengua es un requisito para el uso, sin complicaciones ni exigencias, nada más; no es un patrimonio que debemos cuidar y al que todos hemos de otorgar un respeto generoso como garantía de supervivencia y de responsabilidad.

Si uno atina a mirar a los países civilizados y responsables (a los que nos gustaría imitar, como al Reino Unido o Noruega) nos daríamos golpes en la cabeza. Recuerdo unas viñetas relativas al primero sobre el magno problema de la pronunciación inglesa; en la segunda imagen un personaje alza los hombros con cara de desamparo. Pero la cuestión es que la pronunciación es y, para saber inglés, el rigor es quien la ampara. Exactamente igual, repito, que con la escritura. De ahí que idiomas, como el catalán, protejan fonemas (como la “ll”) de manera resolutiva, porque forman parte de su ser y como tal están dispuestos a conservar, aunque les cueste trabajo.

Cuestión de identidad, se dirá, y es una condición suprema; así como la tarea de saber, de distinguir y de reproducir la facundia que contempla, maneja y atesora un idioma. Y tal cosa solo es presumible defenderlo con un sistema riguroso de enseñanza, ya digo, en el que todos esos pormenores no solo tienen asiento sino que exigen una exactitud concluyente, sin fallos, sin minora alguna de la fidelidad y del más radical y cimero deber.

Así pues, el Ayuntamiento de Alcira en Valencia levanta un monumento de unos cuatro metros y medio en recuerdo del desastre debido a la rotura del pantano de Tous en el año 1982, con las consecuencias sabidas: devastación y muertos por las torrenteras. Para que conste y sea eterno el singular, piedra fue lo que se eligió y allí el cincel grabó, como se animaron los clásicos hace ya miles de años. ¿Aclamaría, pongamos, la sabiduría de los griegos antiguos sobre ese caudal con menoscabos tan supremos como en ese monolito se muestran? Inadmisible, porque la esencia misma de la escritura es quien sustenta su grandeza, cual estudian los expertos en la Ilíada o en la Odisea, pongo por caso, o como ocurre con los documentos hallados en las cuevas del Mar Muerto sobre la existencia de Cristo. Dos que se funden. Y es cierto. Salvo para la paupérrima, degradante y siniestra manifestación de esos registros, faltas de acento y demás talladas en la piedra. Así es que los ejemplos nos asaltan y nos hacen tiritar. La famosa plática de la alcadesa de Valencia doña Rita Barberá, pongo por caso, o la despedida de la consejala (no menos que de Cultura) Mayrén Beneyto que, en 19 líneas de su Facebook, colocó treinta faltas de ortografía.

Así nos descubrimos, con ejemplos de antología del disparate, un país con una reforma política de la enseñanza por cada ministro ad hoc. Solo faltan, para otorgarles su valor, los errores correspondientes en el Boletín Oficial del Estado que las impone.