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Un país sin recuerdos – Por Enrique Arias Vega

Nos hemos dispuesto a preservar una memoria histórica parcial y edulcorada, dejando sólo lo que nos recuerda un pasado democrático idealizado y borrando de un plumazo nuestras vilezas históricas, nuestras sumisiones y el enaltecimiento de nuestros opresores. En esa línea, el Ayuntamiento de Valencia acaba de retirar la medalla de oro concedida en su día a Francisco Franco. Pero tal hecho, aunque ahora intente olvidarse, ocurrió. ¡Vaya si ocurrió! Lo malo de los pueblos que olvidan su historia es que, como decía el filósofo Jorge de Santayana, están condenados a repetirla. Y ya me dirán si es de gusto repetir las vivencias bajo una ominosa dictadura de la que, vaya por dónde, tratamos de ocultar sus huellas, como si todos los ciudadanos hubiesen sido siempre demócratas y nadie se hubiera postrado nunca ante la vanidosa megalomanía de cualquier dictador. En esta revisión culpable y humillante de nuestro pasado se han arrancado lápidas y tachado inscripciones, se han manipulado actas de sesiones y se han eliminado acuerdos corporativos. ¿Cómo reconstruiremos en su día lo sucedido? ¿Cómo sabremos lo que pasaba, lo que se sentía y hasta lo que se sufría en un ambiente de halago a prepotentes de su época que se han convertido hoy en seres reprobables y despreciados? No hablemos sólo de los monumentos, medallas de oro ciudadanas y nombramientos de hijos adoptivos a próceres de antaño. ¡Pensemos en los títulos de doctor honoris causa concedidos a perfectos iletrados, amparados solamente en su poder político, su dinero o el temor que inspiraban! Hasta Mario Conde, Rodrigo Rato y otros esperpentos del mundo de la política y de las finanzas fueron agasajados por universidades que ahora reniegan de ellos con bochorno, como si jamás los hubiesen conocido.