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Palabra dada – Por Cristina Molina

No somos pocos los que nada sabemos latín. No me jacto pero tampoco tengo yo la culpa de ser de la LOGSE. Una ley que, sea dicho de paso, en la historia reciente de la política no habrá adjetivos suficientes para describir tamaño error. Eso sí, seguida de otras tantas leyes pendulares que siguen sin acertar a la hora de convertir la educación en una cuestión de estado consensuada.

Estando en el colegio aprendí una lección de calado, me refiero a una lección de las que son transversales y que se aprenden sin necesidad de ser contenido de ninguna asignatura. Creo recordar que quería hacer un regalo y necesitaba ayuda para traducir un texto en latín, de modo que le pedí a un profesor que me lo tradujera y accedió amablemente. Recuerdo también la ilusión que aquello me hacía y casi sin pensarlo le pedí que no se lo contara a nadie: “¿Me das tu palabra de honor?”, le pregunté, alma de cántaro, a aquel docente. Él ofendido sentenció con un rotundo “yo solo tengo una palabra: mi palabra de honor”.

Traigo a la memoria este recuerdo con la tristeza de saberme en ocasiones con más de una palabra. Traigo a la memoria esta lección con el convencimiento de que, a día de hoy, en esta sociedad la palabra dada, por desgracia, ha perdido su valor. Somos incapaces de mantenerla, de preservarla y hacerla guardar. La palabra y la promesa, especialmente la política, han perdido toda su credibilidad hasta tal extremo que este es uno de los principales obstáculos del ejercicio de la política hoy en día. Nadie cree a los políticos. Algunos por educación los escuchan con paciencia pero creer, lo que se dice creer firmemente en que las palabras que tan a la ligera se pronuncian se convertirán en hechos, es más un acto de fe que otra cosa. Peor sería entregarse a la frivolidad que practican algunos que ni sienten ni padecen, peor sería no tener memoria, peor sería hablar o escribir sin pensar ni sentir.

@cristination_