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Podemos entra en crisis de identidad – Por Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca

Existían indicios y la realidad los ha confirmado plenamente esta semana. Podemos, el partido político de aluvión, hasta hace poco al frente de las intenciones de voto de la ciudadanía española, sufre un duro proceso de confrontación interna con muy fuertes tensiones, debido a una profunda crisis de identidad ideológica, aunque también estratégica. En medio de esta batalla ha caído el número 3 y cofundador del partido, el polémico Juan Carlos Monedero, secretario de Programa y Proceso Constituyente, quien ha dicho que se siente “defraudado y engañado”.

La formación que encabeza Pablo Iglesias se debate entre un giro hacia la moderación o la socialdemocracia -por intereses electorales, pero también pensando en los comicios generales de finales de año, ya que facilitaría el entendimiento con el PSOE en comunidades autónomas, cabildos, diputaciones y ayuntamientos tras la cita con las urnas del 24 de mayo-, o un regreso a los orígenes del 15-M, en el que se dan cita comunistas y extremistas de toda condición, sindicalistas, dirigentes y promotores de movilizaciones sociales, pacifistas, populistas, veteranos luchadores contra el militarismo y el capitalismo, combatientes contra los desahucios, gentes defraudadas de distintos partidos, incluida la derecha…; en fin, todo un batiburrillo ideológico al que es preciso sumar a los llamados indignados y cabreados por la crisis económica y sus efectos, así como por el ambiente de corrupción y desencanto existentes en la sociedad española.

El detonante de esta situación ha sido, más que los discretos contactos de Íñigo Errejón y Carolina Bescansa con banqueros y empresarios para ganar espacios de confianza, que también, la elaboración del programa marco para las elecciones locales y autonómicas del 24 de mayo. Éste debería haber estado concluido hace casi un mes, aunque no estará disponible hasta el próximo martes, y ha suscitado desencuentros y enfrentamientos desde los primeros borradores sometidos a debate, sobre los que los Círculos de Podemos apenas pudieron desempeñar un papel testimonial y tan sólo consultivo. Al constatar que era el aparato -lo mismo que en los partidos de “la casta”- el que imponía sus ideas y los principios de transversalidad defendidos por Iglesias, Monedero hizo saber a la dirección que había que recuperar las “esencias” fundacionales del 15-M y sus principios rupturistas. Al persistir las diferencias con Errejón, Bescansa y el propio Iglesias, Monedero precipito su dimisión al frente de distintos órganos de la formación política, pese a que el secretario general le solicitó reiteradamente que aplazara su decisión hasta pasadas las elecciones.

Un rosario de culpas
Se ha querido dar la impresión -el mismo Iglesias lo ha reiterado- de que el cofundador de Podemos y su hasta ahora principal ideólogo y estratega es una especie de “verso suelto”, un “intelectual que necesita volar”, un filósofo imposible de quedar sujeto a militancia política. Se han guardado las formas con elogios recíprocos, pero ahí queda la comparación con los partidos de “la casta” aunque el hasta ahora número 3 también exprese que sus “convicciones” expresadas en la fundación de Podemos sigan “intactas” y se comprometa “a trabajar el doble” desde su nuevo espacio de militante que sólo se representa a sí mismo. Al final han podido más las reiteradas meteduras de pata de Monedero y su incontinencia verbal que su “entrañable amistad” de años con Iglesias. Por el camino quedan los 425.000 euros cobrados a cuatro gobiernos populistas iberoamericanos, el escándalo de la regularización de su situación con Hacienda y sus insultos a la directora gerente del FMI. Está por ver en qué medida influirá el caso Monedero en la marcha de Podemos. Aunque Iglesias confía en que no repercuta entre sus potenciales votantes, las últimas encuestas ya advierten una notable pérdida de imagen de este partido y de su propio líder, que en una noche desafortunada, con reiteraciones, lugares comunes y escasa aportación de iniciativas de interés, apenas cosechó, hace un par de sábados, un escaso 13% de audiencia en La Sexta, con 1,3 millones de espectadores, cuando tres meses antes había más que duplicado esas cifras. Los sondeos del CIS y de distintas firmas demoscópicas ratifican el claro auge de Ciudadanos a costa de Podemos, seguramente porque España no es país de extremismos y prefiere un cambio basado en el voto centrista y moderado de Albert Rivera, el líder más valorado en las encuestas, que en el radical y de extrema izquierda que acompaña a Pablo Iglesias. Hasta los poderes económicos nacionales e internacionales han comenzado a descontar ya el efecto Podemos al advertir su progresiva pérdida de influencia y popularidad.

El exceso de confianza, soberbia en algunos casos, ensimismamiento y nepotismo; la persistencia, aunque con matices y correcciones, de algunas propuestas radicales y utópicas, propias de un tercermundismo ideológico apolillado; la sobreexposición al escrutinio de los medios de comunicación social y de la opinión pública, con la difusión de los escándalos protagonizados por algunos de sus líderes, incluidos Iglesias y Errejón; la reiteración de las descalificaciones hacia los adversarios políticos y altas instituciones nacionales; las denuncias sobre su deficiente funcionamiento democrático interno; las frecuentes contradicciones y rectificaciones en el discurso político y los no menos habituales recursos a un populismo que fomenta la lucha de clases y no ofrece verdaderas soluciones a los problemas de la gente; y la confusión generada con las distintas marcas o siglas con las que pacta, en vez de acudir a las urnas con un solo nombre en todas partes, han llevado a Podemos a la pérdida de confianza de muchos potenciales votantes.

Los errores se pagan
Posiblemente la mayoría social del país
-lo veremos en las urnas el 24 de mayo- prefiera un cambio tranquilo y responsable, sin rupturas viscerales de la estabilidad ni extremismos revolucionarios; un cambio que retome los anhelos de la sociedad española, desencantada con los modos de hacer política y con la corrupción rampante, lo mismo que con los efectos devastadores de la crisis económica. El que Podemos haya sido capaz de recoger y capitalizar el descontento popular y la frustración de los ciudadanos y sus ansias de mudanza no quiere decir que las soluciones que propugna sean las más acertadas. De hecho, la improvisación y la ligereza, por un exceso de apresuramiento y por ganas de ocupar la centralidad política y la transversalidad -de ahí ciertas ambigüedades y anacronismos-, ha llevado a Podemos a la comisión de graves y reiterados errores, el último de ellos la dimisión de Monedero en el peor momento posible.

Están por ver los efectos del programa económico que será presentado pasado mañana. Si se confirman los adelantos filtrados esta semana, habrá que prepararse para ver hasta dónde llega el intervencionismo y el afán nacionalizador de Podemos, que contempla al parecer medidas como la creación de una policía secreta financiera al servicio del Gobierno que podrá contar con soplones anónimos, la expropiación de viviendas vacías, la inviolabilidad del domicilio de las personas jurídicas, además de fortísimas subidas del IRPF y los impuestos de Patrimonio, Especiales y de Sociedades, y creación de nuevas figuras tributarias. Con estas propuestas, de las que quedan ausentes las verdaderas medidas que la sociedad necesita, las clases medidas darían la espalda al partido.
Se cumple así en la práctica la afirmación del sociólogo y filósofo francés Gilles Lipovetsky, quien esta misma semana explicaba en El País el auge de los partidos extremistas en base a su habilidad para “presentarse como soluciones tras décadas de corrupción e incapacidad”, dada la “grave crisis de confianza y descrédito” suscitada por gobiernos, partidos y medios de comunicación”, cuando en realidad “están vendiendo humo”. Y añadía, categórico: “Si Podemos convence es sólo por la desesperación de la gente ante una situación insoportable. Confío en que terminen desinflándose”. No creo que Podemos se desinfle más allá de ese 8 o 10% que pronostican los sondeos preelectorales en comparación con hace tres meses. Es mucho, desde luego, aunque también sería muy estimable un resultado electoral basado en un 12 o 15% de intención de voto para un partido que ni tiene año y medio de vida. Pero sus contradicciones, su centralismo jerárquico, su actual y debilitada estructura, sus hechuras ideológicas de origen, sus tentaciones totalitarias y su ambigüedad no pueden traerle, hoy por hoy, mejores noticias.