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Soy más que lo que recuerdo – Por Carmelo J. Pérez Hernández

De nuevo he cumplido años, ridícula imposición donde las haya. Y ahora que merodeo por las esquinas del medio siglo, padezco la tendencia natural de los humanos a hacer balance de la vida. Observo que semejante tarea a menudo desemboca en lo enfermizo, en una suerte de auditoría mental y espiritual que se dirige, no sólo a hacer memoria de los episodios más relevantes de la existencia, sino también a desenterrar el hacha de guerra contra los recuerdos. Me explico. Resentido el cuerpo, un tanto cansada la mente y conmovida el alma por tantos consuelos y tristezas, se corre el peligro de ser injusto con el balance que se haga de uno mismo. El riesgo es que, para protegernos, corramos un estúpido velo sobre nuestras imperfecciones -jugando una vez más a que no existen- o que le abramos la puerta a la depresión, que es hermanastra por parte de padre y madre del mismo demonio. Los narcisos y megalómanos tenderán a hacer borrón y cuenta nueva, convencidos en lo hondo de que la comunidad debería estar agradecida por poder contar con ellos. Y perdiéndose así el sanísimo ejercicio de reírse de las equivocaciones pasadas y de pactar una tregua con las propias limitaciones. Con la cabeza siempre tan alta, han perdido la medida de lo verdaderamente humano. Admito que son los personajes que más risa me causan de toda la fauna humana. Claro que también está quien confunde humildad con estupidez. O identifica realismo con melancolía. Cuando se echa la vista atrás se encuentran tachones, renglones torcidos y hasta páginas que se preferiría arrancar. Cierto que vivir es navegar entre escollos; lo más graves, los que cada uno se fabrica para sí mismo. Pero de ahí a hacer una enmienda a la totalidad de la propia vida… lo que media entre ambos puntos es la enfermedad de la tristeza y la tragedia espiritual de la desesperanza.

Pensando en todo esto, he llegado a la conclusión de que soy mucho más que lo que recuerdo de mí. Los recuerdos sin alma sin asesinos: desconocen las circunstancias, los porqués, los abatimientos, las falsas alegrías, la búsqueda de la felicidad. Un recuerdo a secas es una flor de plástico: imita a la vida, pero en realidad es café sin cafeína, un pastel sin azúcar. La clave para repasarse a sí mismo la da hoy el Evangelio: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él”. Y así lo entiendo: más allá de todo lo que sé o recuerdo de mí, está lo que verdaderamente ocurre. Y lo que de verdad nos pasa es que buscamos a Dios, a veces sin saberlo. Lo que realmente sucede es que vivimos en Dios y que esa vocación rellena los agujeros negros de la vida y le baja los humos a las pretenciosas montañas de nuestra existencia. Estoy convencido de que soy mucho más de lo que recuerdo de mí. Y de que cada persona lo es también. Miro hacia atrás y veo a Dios reconciliando mi vida, dándole unidad. Incluso en las noches más oscuras, era a él a quien buscaba. Creo que esto es vivir: aprender a leer el hondo sentido de cada uno de mis pasos.

@karmelojph