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Toda la verdad sobre la tragedia del A400M – Por Teresa Cárdenes

La tediosa normalidad de un sábado electoral cualquiera se vio rota este sábado por el mazazo de un nuevo accidente aéreo en Sevilla en un año negro para la aviación y singularmente doloroso para España. En el curso de un año, varias tragedias han llevado el luto y la desesperación a muchas familias españolas: el siniestro que le costó la vida a cuatro militares del Ejército del Aire en un helicóptero del SAR en aguas de Canarias, la muerte de un piloto junto a la base de Morón cuando se estrelló el Eurofighter en que hacía maniobras, la tragedia del avión español de Swiftair siniestrado en Mali cuando hacía un vuelo para Air Algerie y el catastrófico suicidio del piloto del Germanwings estrellado en Los Alpes. Esta lista trágica necesariamente ha de incluir también el terrible accidente que costó la vida en enero pasado a 8 militares franceses y dos griegos en la base de Los Llanos de Albacete, cuando se precipitó al suelo un F-16 de las fuerzas aéreas helenas, y añade desde ayer el accidente registrado junto al aeropuerto de Sevilla, después de que un Airbus A400M en su primer vuelo de pruebas se precipitara contra el suelo, con un balance de 4 muertos y 2 heridos muy graves.
Esta tragedia sorprendió este sábado en Tenerife al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que canceló de inmediato el mitin en que se encontraba. Mariano Rajoy se granjeó ayer la furia de muchos internautas por cometer el error de cifrar “entre 8 y 10” el supuesto número de víctimas, por fortuna rebajado después a solo seis, incluyendo a los dos supervivientes malheridos. Sin embargo, y en contraste con otros dolorosos y exasperantes silencios del pasado, como el que siguió a la terrible tragedia del avión de Swiftair, casi es preferible comprobar que España tiene un presidente humano capaz de conmoverse en público, aún a riesgo de equivocarse, que un jerarca autista ante las tragedias ajenas.

Pocas horas después de este fatídico accidente, Rajoy viajó ayer a Sevilla, hacia donde se desplazaba desde horas antes la ministra de Fomento, Ana Pastor, para colocarse a la cabeza del operativo de asistencia tras la tragedia. Y nada más llegar, hizo una advertencia al consorcio Airbus y en particular a su sección de Defensa, para exigir máxima transparencia sobre las causas del accidente. El entorno de esta declaración es especialmente singular. El avión accidentado, el A400M, es un modelo con un historial repleto de problemas: un modelo cuya fabricación se pactó entre varios países, cuyas piezas se fabrican en otros puntos de Europa y se ensamblan en la base sevillana de Airbus (dos mil trabajadores) y cuyas dificultades operativas ya se llevaron por delante hace pocos meses al anterior presidente de Airbus España. Qué menos que exigir transparencia a una empresa que se tomó ayer nada más y nada menos que cuatro horas para reconocer la trágica evidencia de que se había producido un accidente y que aún tardó otra hora más para concretar el número de personas que viajaban a bordo del A400M y cuántas de ellas habían muerto.

Con esta sucesión de gestos, y excusando el triste error del número de víctimas, Mariano Rajoy hace exactamente lo mínimo que se puede pedir al presidente de cualquier Gobierno cuyo país ha sido golpeado por una tragedia aérea: colocarse a la cabeza de la manifestación para exigir se busque la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Pero para que este ejercicio sea mínimamente creíble, Rajoy tiene que hacer muchas más cosas. Entre ellas, repasar todas y cada una de las inquietantes advertencias que hacen sin descanso pilotos, controladores aéreos y colectivos de víctimas como la AVJK5022 sobre las ineficiencias de los organismos y comisiones de España concernidos en la tarea estratégica de velar la seguridad aérea: empezando por la Agencia Estatal de Seguridad Aérea y siguiendo por las comisiones de investigación de incidentes o accidentes aéreos civiles y militares, la CIAIAC y la CITAAM.
Solo cuando eso haya ocurrido, solo cuando deje de echarse la culpa sistemáticamente a los pilotos muertos, solo entonces podremos empezar a creer. Y solo entonces podremos empezar a vislumbrar si, tras el accidente de Sevilla, importan más las personas y la seguridad del común, que los compromisos internacionales o los riesgos industriales sobrevenidos por el golpe al proyecto A400M.