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Todos ganan, nadie pierde – Por Juan Pedro Rivero

Llama poderosamente la atención cómo, tras unas elecciones, nadie pierde; todos ganan. Es normal que quienes hayan obtenido los mejores resultados de su historia lo celebren, pero es tan curioso como ordinario que quien los ha obtenido malos, encuentre el resquicio adecuado para descubrir el lado amable de la situación e interpretar los resultados como el mejor apoyo de quienes han seguido poniendo su confianza en su proyecto.

Si alguien gana o pierde tras unas elecciones democráticas es la sociedad al servicio de la que todos los partidos políticos postulan sus programas.

A nadie se le ocurre pensar que los jugadores que no fueron convocados no han obtenido el mismo resultado tras el partido, ni que al final de temporada no sean todos campeones de la Liga. Todos ganan o todos pierden, hayan estado en el campo de juego o el banquillo. El objetivo de unas elecciones es el bien común, y no el bien del partido político al que se pertenece o al que se ha votado.

Por eso, cuando se negocia la formación del gobierno entre quienes han sido designados en las elecciones, resulta extraño al espíritu democrático la postura partidista del “reparto de poder” para alcanzar acuerdos.

Es esa postura la que suele traducirse en descontento y frustración en los ciudadanos que, a la larga, terminamos sintiendo que “todos son lo mismo y van a lo mismo”.

La persona, la familia, la sociedad, la cultura, la educación, la sanidad, la promoción y el desarrollo, la solidaridad, el bien común…

El protagonismo lo debe tener el contenido de estos conceptos y no otra cosa. Y para alcanzar el bien de todos, no nos debe importar perder algo del considerado bien propio. Y eso tras las elecciones, cuando se hereda, cuando se organiza una fiesta, o en cualquier situación en la que nos realizamos las personas. El bien de todos, el bien de los demás.

“Cuando un miembro padece, todo el cuerpo está enfermo; cuando un miembro se alegra, todo el cuerpo hace fiesta” (1 Cor 12, 12-30).